De origen uruguayo y con un amplio recorrido por festivales, Acné es otra película sobre los adolescentes y el sexo, con una variante que parecería ubicarla en un lugar más tierno que osado: más que las voluptuosidades y la pornografía, lo que inquieta al protagonista es la posibilidad de un beso.
Rafa cumple el ritual de rigor y debuta con la meretriz del barrio, aunque sin contacto boca a boca. Tampoco sabe cómo encarar a la compañerita rubia de la que está enamorado. Tímido, acomplejado, un tanto alienado, Rafael Bregman acata la rutina del colegio, las clases de tenis y piano, las costumbres de la comunidad judía, y cada tanto visita a alguna prostituta o se divierte con sus amigos, entre póker y tragos. Vive en Montevideo, con sus dos hermanos y sus padres opacos y pudientes. Rafa solo quiere un beso, uno real, de una mujer, en los labios. Toda la trama consistirá en conseguirlo, y no habrá mucho más que eso.
Para comprender las dificultades del protagonista, evidentemente fue necesario trasladar la anécdota a los años 80, antes de que Internet y la promiscuidad cool de nuestros tiempos licuaran los tabúes del sexo. Tal vez la intención era demostrar que aquella adolescencia -¿más ingenua?- ofrecía misterios para el cine que no pueden hallarse en la actualidad. Pero ni siquiera el marco de época es aprovechado por el director Federico Veiroj, que no logra ver más allá de Rafa para alumbrar su contexto vital (un buen ejemplo es el retrato de los padres, que lucen como dos espectros sin peso alguno). Acné se queda en el molde, en la repetición, en lo seguro.
Lo curioso es que el actor principal, Alejandro Tocar, es lo suficientemente enrulado como para remitir al protagonista de Cara de queso, film del argentino Ariel Winograd estrenado hace un par de años, centrado en un country de los '90 habitado por familias judías. Cara de queso es una película chiquita y por momentos muy divertida, que se recuerda con cariño aun con sus flaquezas, simplemente porque tiene aquello que a Acné le falta: riesgo.