Con el recuerdo casi inevitable de Plata dulce, aquella comedia costumbrista de Fernando Ayala sobre otro desquicio económico de nuestro pasado y algún toque de Caballos salvajes, Acorralados obra como una aceptable crónica de crudos momentos acaecidos en 2001. Y lo hace contando una improbable pero no por eso menos creíble historia protagonizada por un hombre mayor atravesado por el desaliento y la indignación. La emblemática figura de Federico Luppi se hace cargo de ese desahuciado Funes, que no puede ni siquiera suicidarse –muy buena escena de arranque en el cementerio- porque un cruento asalto impide que alcance a cumplir su propósito. Pero él tiene un plan para forzar a su banco amurallado a que le sean reintegrados sus ahorros en medio del
corralito, aquella intempestiva medida de denominación infantil. En formato de comedia dramática con algo de thriller, el film de Julio Bove (formado en Estados Unidos) incluye fuerte material documental de la época, logrando una pieza llevadera y con momentos de tensión.
Fuera del oficio de Luppi, Esther Goris, Gustavo Garzón y Gabriel Corrado, los roles de reparto no cuentan con la misma convicción y esto resiente dramáticamente la propuesta. Por otra parte hay un exceso en la utilización de las muy buenas partituras de Martín Bianchedi, que pudieron haberse dosificado mejor.