¡Vuelve el cine “importante” de los ochenta!
Acorralados promete, en su escena inicial, ahondar en la crisis social, económica y política que atravesó el país a comienzos de milenio, a partir del recurso de imágenes de archivo de la ciudad convulsionada y de los principales titulares del momento. Sin embargo, esta introducción no es más que un fácil y económico recurso narrativo para situar el “contexto” de la trama y funcionar como motor de las acciones. El resultado es un precario film de género, que lejos de reflexionar sobre el pasado reciente (y la actualidad) se queda en una problemática individual y de poca consistencia.
Como consecuencia del corralito bancario, Funes (Federico Luppi) se encuentra imposibilitado para comprar la insulina que necesita diariamente para su diabetes. Con todos sus ahorros capturados por el banco, el protagonista se presenta allí, granada en mano, para exigir lo que le corresponde. Pero claro, no es el único que sufre. También reclaman lo suyo unos padres desesperados con un nene sordo, a quienes la medida impuesta no les permite viajar a Estados Unidos para intervenir quirúrgicamente a su hijo. Estas desgracias se desarrollan en un ambiente minado de estereotipos: el banquero “comprensivo” interpretado por Gabriel Corrado; el policía garca encarnado por Gustavo Garzón, quien con un cigarrillo y su arma no hace más que ignorar denuncias y putear; y como frutilla del postre, Dora, interpretada por Esther Goris y merecedora de un párrafo aparte.
Representante de la voz del pueblo e inspirada en la moda “ochentosa”, Goris interpreta a una madre cuarentona con dos hijos de 5 y 8 años de edad. Como tantos otros afectados, Dora se presenta en la puerta tapeada del banco -el mismo amenazado por Funes en su interior- con vaso de cerveza, parrillita y reposera (¿?). Con su distinguida y enérgica retórica, busca a los medios para descargarse, grita, patalea y hasta revolea la cartera en las escenas que recrean las agresiones policiales hacia los manifestantes.
La mayor parte del film se desarrolla entre el interior y exterior del banco, repitiendo varios de los tópicos de las películas comúnmente llamadas “de robo a bancos”: el momento previo al atraco, el asalto propiamente dicho con la toma de rehenes, negociaciones con la policía y la resolución final con la entrega del asaltante. Sólo que aquí, en todas y cada una de las escenas predomina lo insólito. Por ejemplo, cuando el protagonista visita la tumba de su esposa, es asaltado y golpeado por unos rebeldes adolescentes; en otra escena baila un vals con el niño sordo en el banco y olvida la granada en un escritorio. Para comprender la dimensión de lo absurdo, y sin intención de arruinarle el final a los posibles espectadores, ante esta situación el banquero en lugar de aprovechar el momento para entregar a Funes a la policía, le devuelve el explosivo.
Como si semejantes imágenes no tuvieran “peso” propio, la música las acompaña casi ciento por ciento y sin lógica en todos sus estilos (suspenso, aventuras, vals, melodramática), en un intento de imprimirle al film una solemnidad de la que carece. La linealidad narrativa es interrumpida arbitrariamente con flashbacks en blanco y negro que representan el recuerdo de Funes en sus años de concertista o con su mujer y su hijo, que lejos de aportar algo a la narración la disgregan por completo.
Acorralados podría llegar a ser adoptada en el futuro por un público amante de las películas “malas”, en el que la gente puede reírse de las elecciones estéticas del film, su pretenciosidad y sus moralejas. Dicho todo esto, uno no puede dejar de sentir pena por la presencia de Federico Luppi, otrora protagonista de El romance del Aniceto y la Francisca y Tiempo de revancha, en un film tan desafortunado.