Insisto en que el género del terror no atraviesa un buen momento. Transcurrida la primera década del siglo XXI todo parece estar agotadísimo. O hacen sagas interminables repitiendo la misma fórmula todo el tiempo (“El juego del miedo”, saga 2004/2010), o se mandan algún delirio escrito por pasantes que arranca bien y luego tira todo al tacho (“La oscuridad”, 2010). Parecía que la esperanza estaba en oriente, donde hicieron algunas cosas interesantes que luego Hollywood se encargó de versionar para su propio mercado, por ejemplo “La llamada” 1998. Pero allá también empezaron a repetirse. Cuando ví la décima película con una adolescente japonesa a la que le tiraron dos kilos de harina en la cara para hacer de fantasmita disconforme, también me dio por pensar que el cine de terror se nos está yendo a la B. Si por lo menos estuviera Roger Corman en esa categoría bueh… pero no.
Resulta que ahora la cosa se dio vuelta y “Actividad paranormal 0: el origen” es una especie de remake de “Actividad paranormal”2007, pero con algunos cambios. El principal y peor de todos es coyuntural. Este tipo de películas tiene un gran desafío a la hora de escribirlas: instalar el verosímil. Una vez hecho esto se puede dirigir tranquilo, pero teniendo mucho cuidado de no quebrarlo porque la platea cambiará sustos por risas en dos segundos.
La acción se desarrolla en Tokio. Koichi (Aoi Nakamura) y Haruka (Noriko Aoyama) son hermanos. Ella acaba de volver de Nueva York con las dos piernas enyesadas. Él filma todo. Pero todo ¿eh? Y a falta de una tiene tres cámaras. El padre se va de viaje y ellos dos quedan en la casa. Una mañana ella le cuenta que la silla de ruedas se movió mientras dormía, él inmediatamente le dice que su cuarto está embrujado. La excusa perfecta para instalar una cámara que lo filme todo durante la noche. Digamos, como construir su propio “Gran Hermano”, pero con la parte más aburrida que es cuando todos duermen. El realizador Toshikazu Nagae se apiadará de todos nosotros y adelanta los minutos registrados hasta llegar al momento en que “algo” pase.
Por las dudas, Koichi tiene siempre la cámara a mano, lista para filmarlo todo. Sorprende la calidad de las baterías japonesas. Nunca se agotan. Hasta casi el final se repetirá varias veces la secuencia: Pantalla dividida en dos mostrando el cuarto de él y el de ella. Duermen. Después de un rato, ella se despierta gritando y el agarra su cámara y corre al piso de arriba sin jamás prender la luz.
La cosa se pone cada vez peor. Ya no es un vientito que mueve las cortinas; sino algún espectro que la agarra de los pelos y cosas por el estilo. Pese a todo, cada mañana en el desayuno ambos comentan el hecho como si hablaran del clima. Eso sí, coinciden en que se tienen que ir de ahí. Pero igual se quedan. A esta altura, la película se hundió en su propia propuesta y cualquier cosa que sucede solamente asusta a los personajes. El resto (los espectadores) comenzamos a mirar el reloj y a desear que ese espectro no nos haga un favor y nos arrastre como hace con Haruka pero hasta fuera de la sala.