Si hay algo que realmente asusta respecto de esta secuela es la capacidad de consumo de los espectadores de cualquier productejo en oferta. Lo que, en este caso, en verdad es toda una pieza de horror clásico es el hecho de que un omelette mal cocido y preparado con una sola idea haya logrado fundar una saga que, a fuerza de caprichos del mercado, marketing y millones de granos de maíz pisingallo transformados en pop corn, puede que continúe agregando numeritos detrás del título por varios años más.
Actividad paranormal 2 es apenas un copy and paste de la primera parte pero con más víctimas que en aquella (para la próxima podría ser un edificio, la siguiente un barrio, y así), porque a lo largo del tiempo el cine industrial y los best sellers nos han hecho entender que si faltan herramientas narrativas lo mejor es acumular lo que sea, portazos, luces que se prenden y apagan o, como aquí, personajes.
El problema central en AP2 es qué hacemos con esos personajes, y el director Tod Williams eligió hacerlos gritar un poco más que en el film original.
Sin embargo, y más allá del atractivo que genera la inclusión de un niño en la trama (algo que funciona bien desde que Chaplin filmó The Kid), el largo se vuelve interminable a poco de comenzar, ya que el guión (firmado por ¡tres personas!), que vuelve a apostar al voyeurismo por sobre cualquier otro interés, alarga lo que hubiera sido un aceptable mediometraje y nos hace esperar cerca de media hora hasta que se produce uno de esos pequeños hechos que, se presume, justifican el despropósito.
Podría decirse que estamos ante una versión mejorada de las cámaras de seguridad de los edificios que habilitan sintonizar algunos servicios de TV por cable, no mucho más que eso, no mucho más que un paseo por una versión demacrada de la idea de cine, de la idea de realización y de cualquier mínima y querible idea o concepto de lo que es el arte.