Si en otras épocas las víctimas de las películas de terror eran sobre todo adolescentes, en la actualidad el género se cuela en otros ambientes. El cambio se puede ver en algunas películas como Cloverfield o las dos Actividad paranormal, donde los protagonistas integran familias y pertenecen a una clase media en ascenso. En Actividad paranormal esas familias de clase media son descritas principalmente a partir del lugar que habitan: el hogar. Las dos películas se sostienen en la observación de espacios y rutinas cotidianas mucho más que en el terror, como si se estuviera ante una especie de Gran Hermano fílmico que aspira a registrar la vida de sus personajes mediante cámaras de mano y de seguridad. Bien lejos de los objetivos comunes del género, el interés de Actividad paranormal 2 parece ser el de asistir a la desintegración de los vínculos de una familia merced a la irrupción de algo que, en una película puramente escópica, no se ve. Enfrentados a una amenaza invisible, los personajes barajan posibilidades: “fantasma”, “demonio”, pero la imagen nunca acaba por confirmar sus sospechas porque, sea lo que sea que se mete en la casa de la familia protagonista, es solamente visible al ojo cuando toma el cuerpo de alguien. Entonces, lo que hay es una película de terror que habla de las maneras actuales de mirar el mundo pero que elije (por decisión o por incapacidad) no mostrar a su criatura, a la fuente de su horror. ¿Qué recursos le quedan al director Tod Williams para hacer género? Básicamente dos: dejar ver las consecuencias materiales de la aparición (puertas que se abren, un bebé que se eleva solo) y aprovechar lo más que se pueda el sonido. Y ahí es donde se percibe con más fuerza que la propuesta de Actividad paranormal se agota rápidamente en esta secuela, porque la banda sonora, mucho más integrada a la trama en la primera, en la segunda se reduce a unos cuantos golpes de sonido que pretenden suplir (sin lograrlo nunca) la falta de impacto de las escenas de terror. El hecho de que se reponga la información que faltaba en el final de Actividad paranormal y que la trama de ésta se una con la de la segunda es otra muestra de debilidad: los nuevos personajes, a pesar de ser más que los protagonistas de la anterior (cinco contra tres), no alcanzan a soportar todo el peso de la historia por sí mismos, y por eso el guión se ve obligado a mezclar las dos historias. Sin la presencia de Micah y Katie y la promesa de esclarecer qué fue de ella en la primera, Actividad paranormal 2 no podría mantener a su público en el asiento del cine ni media hora.
Como si la fragilidad de la propuesta supuestamente novedosa de la primera película se notara con mucha más evidencia en la segunda, Actividad paranormal 2 tiene que multiplicar sus esfuerzos y desplegar un número de efectos mucho mayor que su antecesora para conseguir apenas una película mediocre e incapaz de maniobrar el género. Una industria especialista en sobreexplotar y arruinar productos como la norteamericana dificulta mucho los cálculos, pero después de ver Actividad paranormal 2 e incluso teniendo en cuenta los cabos de la trama que se dejan sueltos, es lógico suponer que no vaya a haber una tercera.