No es una mera secuela
Tres fueron las películas que marcaron la pauta en el cine de terror de los últimos años, conectándose a nivel masivo con las audiencias: El proyecto Blair Witch, El juego del miedo y Actividad paranormal. La primera evidenció las posibilidades de registro del formato digital, retratando asimismo a una generación que no sólo pretende transmitir sus vivencias al resto de la sociedad, sino que incluso parece querer vivir a través de la cámara. La segunda instauró la moda de los filmes que son como un campeonato de torturas, donde también el público compite por ver quién aguanta más asquerosidades gratuitas, todo condimentado con una dosis de moralidad bastante hipócrita. La tercera combinó la impresión de realidad con lo sobrenatural con más astucia que inteligencia, pero eso igual le alcanzó para convertirse en un éxito de taquilla.
Debo decir que no tenía muchas expectativas con respecto a la segunda parte de Actividad paranormal. La gran película que se anunciaba el año pasado había resultado ser un buen ejercicio cinematográfico, que convertía algunas limitaciones presupuestarias y logísticas en herramientas para la narración, pero no mucho más que eso. Y la perspectiva con esta secuela parecía ser un modelo a repetición de su antecesora.
Pero por suerte, muchos de mis prejuicios estaban equivocados. El filme de Tod Williams establece una conexión productiva con su antecesora, aprovechando el campo libre que había dejado el final mandado a filmar la distribuidora Paramount cuando adquirió la película (el original era mucho más apropiado, pero cerraba mucho más las chances de una continuación). Actividad paranormal 2 toma ese cierre bastante efectista y lo utiliza en su favor, introduciendo el vínculo familiar a mayor escala.
Es que si la primera parte se concentraba en la historia del matrimonio formado por Micah y Katie, que contemplaban como una presencia maligna atacaba por las noches a la mujer, aquí entra en juego la familia de la hermana de Katie, Kristi. Cuando se muda junto a su esposo Daniel, su hijastra Ali y su bebé Hunter, pronto comienzan los problemas: ruidos extraños, objetos que se caen o se mueven sin mucha explicación, un caso de vandalismo en la casa que no encuentra culpables, una niñera que se muestra inquieta y comienza a hacer ritos para ahuyentar malos espíritus y, principalmente, una presencia maligna que proclama como objetivo el bebé. Allí es donde Actividad paranormal 2 se revela como una precuela, pues lo que se cuenta es anterior a los sucesos afrontados por el matrimonio de Micah y Katie. Este retroceso temporal adquiere un sentido, es pertinente porque va redondeando una trama familiar en la que cada acción tiene a su vez una reacción de consecuencias terribles, donde el pasado adquiere un carácter moral.
Williams (quien ya tiene como antecedente Una mujer infiel) es, sin dudas, un director capaz, bastante más juicioso con respecto a la puesta en escena que el realizador de la primera, Oren Peli. Las mejoras que aporta se notan, especialmente, en el trabajo con el sonido, el uso de la amplitud de los planos y el fuera de campo. A lo largo del metraje, se va percibiendo un in crescendo en los climas de inquietud, que llevan a un desenlace un tanto obvio, pero a la vez perfectamente lógico, en el que incluso la vuelta de tuerca no es una mera muestra de ingenio, sino de conciencia del relato, de lo que se está contando.
Actividad paranormal 2 es una pequeña sorpresa, que entrega lo que precisamente se va a buscar: sentir miedo, comenzar a pensar que lo que nos rodea puede perder en cualquier momento su carácter rutinario, para delatar su aspecto terrorífico.