Nuestro comentario de la película "Actividad paranormal 3". Buena.
La tres entregas de Actividad paranormal han sabido mantener un nivel de calidad digno desde el éxito inesperado de la primera, aquella que fingía ser un video casero y que recaudó millones a partir de un costo inicial irrisorio. Con el gráfico ascendente de la cuenta bancaria, llegó la tentación de repetirse. Lógico: si uno tiene la suerte de encontrar una fórmula, es natural que trate de aplicarla hasta sacarle el máximo rédito posible.
Sin embargo, hay repeticiones y repeticiones. Dentro del género del terror, la saga de Actividad paranormal es una especie de compensación por el calvario de El juego del miedo , la otra franquicia que marcó la década, mucho más sangrienta, moralista y cruel, aunque también determinada como fantasía popular por la posibilidad tecnológica de que todo sea visto a través del foco de una cámara.
Esta última producción nos transporta a una época predigital: el año 1988. Hay cámaras, muchas, sólo que graban en cintas de videotape. Se supone que el demonio no distingue entre el mundo analógico y el digital. El año (omnipresente en el borde inferior derecho de la pantalla) indica que se trata de una precuela. La promesa de la historia es llegar hasta el principio de esa maldición que ha perseguido a las hermanas Katie y Kristie.
Ellas dos, junto a su madre, Julie, y al novio de su madre, Dennis, viven en una hermosa casa de clase media. Dennis trabaja como camarógrafo de fiestas de boda y cumpleaños (sí, existía esa profesión en aquella época), y una noche decide filmarse haciendo el amor con Julie en el dormitorio. En medio de una sesión que no tiene nada de erótica, sobreviene lo que parece ser un terremoto. Cuando revisa los tapes, descubre que entre el polvo que cae del techo se vislumbra una rara figura espectral.
Desde ese momento, la cámara quedará encendida; Dennis colocará otra en la pieza de las niñas, y una tercera en la planta inferior de la casa, montada sobre un ventilador para que se desplace en un hemiciclo y capte la cocina y la sala de estar. Ese ojo incansable de la cámara tiene por objetivo captar lo invisible. Lo que en primera instancia se cree que es un amigo imaginario de la niña menor se revela como una entidad maléfica. Más allá de que sus manifestaciones sean violentas o sutiles, nunca se le ve la cara y en esa invisibilidad se concentra todo el poder de sugestión de la película.
El arte de los directores se reduce a administrar ese misterio en las dosis suficientes como para que no se agote en las primeras escenas. Recién al final llega la revelación del origen del mal, previsible desde el punto de vista narrativo, pero respetuoso del sentido de lo paranormal que esta saga ha demostrado desde su mismo título.