A un clic del miedo
Cámaras nocturnas, una gran casa vacía, hechos sobrenaturales y un ruido denso, sórdido, sembró el terror cinco años atrás de la mano de Oren Peli y su primer Actividad paranormal . Este nuevo guión del israelí (más Zack Estrin) se sostiene en la reencarnación de la eterna Katie y el niño Hunter, desaparecidos en 2006, al final de la segunda parte.
La historia gira en torno al pequeño Wyatt (Aiden Lovekamp), su familia y un invitado especial: el enigmático Robbie, amigo de Wyatt, quien es acogido por la familia luego de que su madre fuese internada. Desde la llegada de la inquietante visita -con gestos hostiles y miradas penetrantes, lo mejor del cast -, la vivienda sufre embates sobrenaturales que asustan a Alex, una rubiecita adolescente de discreto papel, quien se alía a Ben, su amigo nerd que programa dispositivos de filmación caseros para no perder rastros de los extraños sonidos que acechan la casa.
Como si fuese una larga sesión (de días y noches) de videollamada instantánea, la película refleja un espanto siglo XXI: la ciberadicción donde las notebooks acompañan a cada integrante de la familia adonde vayan: a mamá Alice en la cocina, a Alex por todos los ambientes y al pequeño Wyatt hasta el borde de una bañadera. ¿Otra muestra? Una consola de juegos interactiva irradia rayos verdes que dibujan las siluetas de los entes malignos.
Con el correr del argumento, Wyatt y Robbie se ven envueltos en un ritual antiguo, con figuras geométricas incluidas, bajo la atemorizante supervisión espectral de Katie, la protagonista involucrada en toda la saga paranormal. Su designio de sembrar terror y muerte es bien crudo. Impacta.
Con un transcurrir más lento de lo habitual (varios planos inertes), Actividad paranormal 4 incluye remates de escena predecibles: elementos que caen, puertas que se abren, arrastres de cuerpos y objetos. Desde lo inofensivo surgen sustos bien logrados: un gato, bromas de Ben (con algún que otro gag), una vecina nocturna y hasta la ingenuidad de la chica.
Las escenas diurnas es uno de los puntos fuertes del filme, no se recae en la noche, lo fácil. El tramo final se atropella en ideas y recursos -con un guiño a otra rama del miedo- y reúne la adrenalina necesaria para hacer temblar.
Con esta cuarta parte, la dupla Joost-Schulman (al frente de la tercer parte) sacaron el poco jugo que le quedó a la exitosa fórmula terrorífica de antaño, hoy, tecnología y virtualidad al servicio del miedo. Pero a no darle más rosca, porque el chiste ya se falseó.