¡Ah, la magia del cine!
Martes, creo. Función de prensa. Me siento para ver “Actividad paranormal: Los elegidos”. Pensaba en la oscuridad de la sala. Que bien viene esto para una de terror. Hay más clima. Me pregunto por qué siguen insistiendo con el falso registro, eso de que se suponga que el protagonista no larga la cámara ni para ir al baño ¿Qué ventaja, no?
Digo, ya de por sí tememos a la oscuridad desde chicos, y algunos llegan a grandes sin pegar un ojo cada tanto, o sea; que para éste género en especial ya hay una atmósfera propicia.
Ahí empieza. Dos pibes, Jesse (Andrew Jacobs) y Héctor (Jorge Díaz). Uno de ellos con una cámara en la mano ¿no le dije? ¡Cómo se mueve! Para guionistas y directores es como arrancar unos pasos más delante de la línea de largada o con dos goles de ventaja en un partido de fútbol, porque con los otros géneros no pasa lo mismo.
Hablan mitad ingles, mitad español. Para mí que es para conquistar mercado latino. Por ejemplo, en los títulos, o en la introducción, se percibe un nerviosismo latente en la sala porque el público ya sabe que está ahí para generar adrenalina producto del miedo. Es como la cola previa a subirse a la montaña rusa.
Los pibes andan haciendo travesuras. Escuchan algo en el tubo de ventilación y cuelgan la cámara de una soga. ¿Tendrá que actuar como si tuviera mal de parkinson?
Entonces, sala oscura con público bien predispuesto al susto. Realmente, una ventaja bárbara de la cual no es bueno confiarse porque con eso sólo no alcanza.
No se ve un carajo lo que enfocan. Parece que hay una vieja sin ropas haciéndole algo con un cuchillo a una flaca también desnuda. ¡Como están los pibes! Tal vez se ahorren la guita de la Playboy . ¡Oh! ¿Quién está enfocando la situación si la cámara está en ese agujero? ¡Bueh!, por ahí me distraje y apareció otro amigo, ¡qué se yo! Va todo tan rápido…
Para empezar es necesario instalar el verosímil. Lo que no existe fuera de la sala cinematográfica, necesita alojarse en la mente del espectador de manera tal que éste construya ese universo en el que va a vivir durante una hora y pico.
Alguien mató a la vieja, pero salió corriendo. Y estos siguen con la camarita espástica.
¡Tan bien que venía con los estrenos!
Quedó vacío el departamento,.Vivía sola.
Una vez instalado el verosímil, hay que contar una historia. En principio presentando personajes de manera tal que uno pueda involucrarse. Si a los diez minutos ya no nos importa lo que les pase, poco podemos hacer.
La casa del fiambre quedó sola. ¡Y sin vigilancia! Que propicio para cuando Jesse y Héctor se levanten dos minas. Entraron en una fiesta ajena, no les dijeron nada, ni les dieron dorgas. Pero ellas se van con ellos. ¡Que fácil es todo!
Tengo ganas de ir al baño. ¿Me perderé algo fundamental?
Por ejemplo, en “El exorcista” (1973), además de una madre sola teníamos a una inocente niña. Linda, curiosa, espontánea. Así se presentaba. Cuando se le mete el demonio ya estamos conmovidos hasta las manos. Lo mismo pasaba en “Mamá” (2013).
Vuelvo del baño.
Siguen en la casa, pero a Jesse le agarró algo. Un rato después el pibe puede flotar y no sé que otras cosas. Suben los videos a Youtube. Al fin le encuentran utilidad a lo que filman.
Luego está el factor sorpresa. Eso inesperado que sucede pese a todas las conjeturas posibles. Claro, el suspenso se sostiene a partir de lo que no se sabe y genera expectativa. Sin eso, el género no existe.
! Uy, un Simón! Uno de esos juegos en el que uno tenía que repetir una secuencia sonora. Yo jugaba cuando era chico. Ahora el espíritu se comunica a través de esa cosa. Esto es joda.
Últimamente nos hemos acostumbrado tanto a esto de “archivo encontrado”, “falso documental” o “reality show”, que hacemos cada vez más concesiones, olvidando los elementos básicos ya no del género, sino del cine en sí mismo. Nos conformamos con lo menos peor. Claro, cuando algo está tan mal hecho pero funciona en la taquilla, uno empieza a hacerse preguntas: “¿Me estaré equivocando? ¿Estaré ciego ante lo evidente? ¿Qué me perdí en el camino? Si hay cinco películas iguales, algo tienen que tener” Cosas así por el estilo.
Los pibes le preguntan cosas y el aparato emite un sonido. Van tres veces que hacen lo mismo.
Se siguen sorprendiendo, ¿eh? Yo no.
En la butaca estoy con ganas de gritarle a la pantalla:
Ahora le pregunt… ¿Mirá lo que preguntan? ¡¡¡Sí. Es un diablo malo que no se va a ir!!! ¡Ma… si!
Hay como nueve Martes 13, cinco Halloween, siete Pesadilla en lo profundo de la noche, cinco Destino final… Salvo por repetir la fórmula, todas cuentan algo. Variaciones y repeticiones del mismo esqueleto argumental, pero sin dejar de “intentar” narrar una historia.
Me despierto. ¿Ronqué? Miro a los costados con cierta culpa.
En el ínterin, se pudrió todo con el diablo. Los pibes, Jessie poseído divirtiéndose con un perrito en el techo, el Simón que no para de anticipar obviedades. Antes había una cámara, ahora hay como veinte ángulos.
¿Cuánto dura esto?
No me digas que queda todo abierto para otra parecida…
¿Y los cabos sueltos? ¡Que los ate Magoya!
A estas franquicias vergonzosas sólo le falta una escena al final de los créditos con el staff completo riéndose del espectador mirando a cámara. Al menos habría algo de sinceridad.
¿Habrá otra?. Apelaría al Dios “nos libre y guarde”, pero él ¿qué culpa tiene?