Tensión y unos cuantos sustos legítimos
Si hasta acá la saga de Actividad paranormal era más exitosa en las boleterías que en sus procedimientos narrativos, en este tercer film logra despegarse de una forma de hacer más efectista que efectiva y representa un buen aporte al género de terror.
A lo largo de 2013, y más allá de las objeciones oportunas que se les pudieran hacer, películas de estéticas diversas como La cabaña del terror, de Drew Goddard; El conjuro y La noche del demonio 2, de James Wan; Mamá, del argentino Andrés Muschietti; la nacional La memoria del muerto, de Valentín J. Diment, a la que podría sumarse la inquietante Berberian Sound Studio, de Peter Strickland, ganadora del Bafici 2013, cuyo estreno comercial es inminente, representaron buenos aportes al género de terror. Como aceptando el desafío de mantenerse más o menos dignamente dentro de ese piso, este primer jueves de 2014 trae entre sus novedades el estreno de Actividad paranormal: Los marcados, de Christopher Landon, tercer título de esta franquicia de bajísimo presupuesto que, apegándose a las convenciones del género y con algo de ingenio, consigue aportar tensión y unos cuantos sustos legítimos. Bastante más de lo que brindaron las dos entregas previas de la serie, más efectistas que efectivas. Aunque, la verdad sea dicha, tampoco hacía falta demasiado para lograrlo.
Como las anteriores, Los marcados vuelve a montarse a partir del registro que los propios personajes van haciendo con sus cámaras personales de una serie de acontecimientos domésticos que finalmente terminan saliéndose de control. Un recurso que hizo escuela a partir del éxito de El proyecto Blairwitch, allá lejos y hace tiempo. A diferencia de ésta o de la Actividad paranormal original, que justificaban el uso de las cámaras subjetivas a partir de propósitos específicos –una investigación estudiantil en la primera, la comprobación de extraños fenómenos nocturnos en la segunda–, Los marcados libera sus posibilidades de registro a la conducta impredecible y deambulatoria de un grupo de adolescentes modernos, para quienes el uso de cámaras de video forma parte de la vida cotidiana, más allá de lo usual o inusual de lo que se filma. Por eso la película comienza con una serie de escenas entre triviales y pavotas para ir engrosando de a poco y con inteligencia el caudal de lo inesperado. En eso se parece un poco a la también interesante Poder sin límites, de Josh Trank, y es un acierto. Porque si en el género de terror los adolescentes suelen ser las víctimas habituales, acá se ha tenido la buena idea de dejar que sean ellos mismos los encargados de encuadrar y decidir sobre qué recorte de la realidad se contará esta historia de sectas, posesiones y portales parapsíquicos.
Además, la película de Landon –quien, sí, es hijo de Michael Landon, alma mater de la serie La familia Ingalls– coloca a sus protagonistas dentro de la creciente comunidad latina de los Estados Unidos, aprovechando de esa manera el potencial de hallar lo siniestro en un ámbito que es a la vez extraño y familiar para un país de origen anglosajón atravesado por corrientes migratorias. El relato se apoya en la irrupción de ciertos ritos y costumbres surgidos de la intersección del cristianismo y las civilizaciones americanas, propios sobre todo de la comunidad mexicana, que hasta hace muy poco eran por completo ajenos para el imaginario de un país que es el paradigma de la cultura occidental. Una manera interesante de mirar a esos “otros” (ya no tan) extraños lejos de la demonización, a partir de generar un vínculo empático con ellos. Si a eso se le suma un interesante giro final, más oportuno que sorprendente, puede afirmarse sin dudar que Los marcados es la mejor película de la serie Actividad paranormal, hasta acá más exitosa en las boleterías que en sus procedimientos narrativos.