La cámara del miedo
Más que una ola, Actividad paranormal generó un maremoto en la industria del cine. Una película de bajísimo presupuesto (15 mil dólares) ya recaudó más de 100 millones y todavía le queda un largo camino por recorrer en las salas del mundo.
Como todo fenómeno que se desvía de las coordenadas preestablecidas (aunque estas “sorpresas” millonarias son menos infrecuentes de lo que quisiera la mitología comercial), la película de Oran Peli puede dar y dio lugar a infinitas controversias. ¿Es cine o es marketing?
En términos de espectáculo cinematográfico es poco lo que tiene para ofrecer: no hay actores conocidos, no hay acción, no hay efectos especiales, no hay buena fotografía, no hay banda sonora. Sin embargo, todo el poder de sugestión terrorífico de Actividad paranormal viene del cine. Lo más elemental del cine: lo que se muestra y lo que no se muestra en la pantalla.
Y todo lo que se ve en esta película es enfocado desde el ojo de una cámara casera, no siempre subjetiva porque gran parte de la noche permanece encendida en su trípode frente a la cama matrimonial de la pareja protagonista. Al revés de lo que sucede en El proyecto de la bruja Blair, Rec o Cloverfield, donde la cámara funciona como un instrumento dramático, en Actividad paranormal, la cámara es más pasiva desde el punto de visual aunque no menos decisiva desde el punto de vista narrativo y conceptual.
Katie y Micah son una pareja que convive en una casa de los suburbios. Ella estudia y él es corredor de bolsa. Se quieren y nos les falta nada. Pero hay un pequeño problema: los ruidos nocturnos.
Katie dice que la acompañan desde los 8 años, cuando se incendió la casa en la que vivía junto con sus padres y su hermana menor.
Micah no tiene mejor idea que comprar una cámara para captar esa presencia cuando ellos están dormidos. Stella prefiere consultar a un mentalista. Pero éste les dice que no puede ayudarlos. Es un especialista en fantasmas, y lo que hay en la casa no es un fantasma sino un demonio.
Actividad paranormal se sostiene en la intuición de Oran Peli –un director israelí sin experiencia previa– para generar un clima de tensión creciente valiéndose de elementos casi imperceptibles con una estética infradocumental: un zumbido, una puerta que se mueve, una sábana que se levanta, una sombra que se desliza sobre una pared.
Esa economía extrema para mostrar la manifestaciones físicas del Mal contrasta con la firme creencia del que el Mal (sí, con mayúscula) existe y de que la cámara lo provoca y lo violenta. El gran mérito de Actividad paranormal, más metafísico que artístico, es transmitir a los espectadores la convicción de que las fuerzas demoníacas asedian a los seres humanos y que ese asedio tiene poco que ver con un pecado o un trauma de la víctima.
En ese sentido, la falta de recursos no es un defecto sino una potencia adicional. Tanto los actores no profesionales como la nula ambición visual del director contribuyen a generar un horror desnudo, un verdadero horror de cámara.