Aclaración: Aquellos que siguieron la campaña promocional de Paranormal activity, seguramente se enteraron de que esta película de 2007 contenía originalmente un final, luego, en 2008, se lo conoció con otro para su exhibición en uno de los festivales en los que participó, y que, luego de ser descubierta por Spielberg, quien declaró haber quedado perturbado las noches siguientes a verla por primera vez (qué mejor truco publicitario que ese…), se lanzó mundialmente con un final distinto a los anteriores. La versión que tuve la oportunidad de ver es la original de 2007, cuya secuencia final me parece sencillamente brillante, al punto de quedar en los anales del cine de terror. He leído cómo son los otros, especialmente el final con el que se la conoció ahora en todo el mundo, y aunque no lo he visto, considero que en esa diferencia entre un final y otro se debaten dos formas opuestas de concebir el terror. Dicho esto, comenzaré a desarrollar la crítica correspondiente, aclarando que, al menos esta vez, intentaré no caer en el vicio común de mencionar el o los finales, y si me llego a referir a estos, trataré de hacerlo sin contar lo que sucede, sólo mencionando de qué modo uno u otro afectan al conjunto de la película.
Paranormal activity es la mayor sorpresa que ha dado el cine de terror americano en los últimos años. Si me preguntan, no se si es mejor película que, por ejemplo, La huérfana (que asusta desde una propuesta más clásica, pero sólida y con una notable construcción de personajes y de climas), lo que sí es incuestionable es que Paranormal… sorprende más al no transitar por los caminos tradicionales del género, principalmente porque ata los recursos para generar pánico en la platea a un modelo de producción absolutamente limitado, y por ello, mucho más potente y genuino.
Cuando se estrenó Monstruoso (Cloverfield), escribí una crítica en la que hice una defensa ensalzada de la imagen cinematográfica, por oposición a estas propuestas digitales que tuvieron como primer boom a Blair Witch Project. Blair Witch se carácterizó por utilizar la cámara de video hogareño como materia prima para un supuesto documento de horror real. Este recurso se repitió en la presentación de Cloverfield y ahora en Paranormal…, aunque ya nadie puede caer en esa trampa mediática de tomar por documental a una película que esconde su condición de ficción tras la imagen digital. De hecho, si bien Paranormal… se presenta como un documento real, la campaña promocional que adelanta el cambio de finales que hubo con la mano paternal de Spielberg, desdice el discurso de presentación original. Volviendo a la crítica de Cloverfield, esta defensa de la imagen cinematográfica se sostiene en mi escala de valores. Me gustan las películas que muestran cierta belleza en el empleo de recursos fílmicos, aún cuando se tratan de películas de terror. Ahora bien, lo que no me gustó, o me pareció que falla en Cloverfield, y que no supe explicar en la crítica correspondiente, es que este recurso de limitar la puesta en escena a una cámara de video, contrasta a pleno con el cine catástrofe y fantástico que determina el monstruo en cuestión, y que el mostrar al monstruo anula el supuesto realismo que determina el recurso limitante empleado. También que es difícil tomar por verosímil una propuesta que se cierra en una cámara de video personal como único recurso y que, aún así, se empeña en encuadrar correctamente.
Si entramos en la diferencia entre la belleza de la imagen cinematográfica y la dureza de la cámara de video digital, está claro que la dureza, y aparente espontaneidad, del digital contribuye de lleno en una propuesta de terror. Si no lo hacía del todo en Cloverfield es por estos aspectos que mencioné. En Paranormal… la propuesta enteramente digital no sólo no anula la potencia cinematográfica, sino que, en un claro gesto de genialidad, y de síntesis de lo propuesto anteriormente en películas como Blair Witch o Cloverfield, habilita la condición más antigua del cine, la idea de poder construir una ilusión con los recursos técnicos, y que esta ilusión sea la principal generadora del pánico buscado. A saber, en buena parte de la película vemos un mismo plano repetido todas las noches. La pareja se va a acostar, y Micah, el novio de Katie, la chica acechada por algún ente más allá de nuestro entendimiento, coloca la cámara frente a la cama, de modo tal de que el plano cubra la mayor parte de la habitación. En este plano fijo vemos, en distintos momentos, una puerta que se mueve, unas huellas que se acercan a la cama, e incluso en una de las noches llegamos a ver a Katie siendo arrastrada de los pies hasta afuera de la habitación por algo invisible.
Si hoy vivimos una etapa en la que el fílmico ya nos ha expuesto todos sus trucos, y los efectos habituales están dados por la sobreabundancia de construcciones visuales por ordenador, que el miedo esté construido a partir de planos fijos en los que la transparencia y la dureza del “video casero” dan lugar a la inmediata pregunta “¿cómo hicieron esto?”, o directamente a pensar que lo que vemos carece de una puesta en escena (por más promoción que inhabilite esta reflexión), nos lleva a asociar esta idea del cine como medio constructor de ilusión, su concepto más primitivo y esencial, lo que convierte a Paranormal activity en una película que, independientemente de su raíz digital y su claro artificio (las placas que titulan cada uno de los días, los espacios en negro para profundizar algunos cortes dramáticos, etcétera), sabe ser más cinematográfica y más terrorífica que la mayoría de los productos americanos de este género.
Ahora bien, el final presenta un problema evidente. El desarrollo de la película se centra en algo que no vemos, y en un terror incipiente, algo invisible que queda demostrado con algunas pruebas, pero que no se manifiesta. Ni el final original, ni el que se le ha puesto para su estreno mundial traiciona esta idea. Nunca vemos al espíritu o a lo que sea que los está acechando, pero ambos finales concluyen con un mismo hecho dramático. Para aquellos que la vean en cine, les recomiendo alquilar el dvd cuando esté editado, y ver el final original, que en una sola y muy extensa secuencia, narra este hecho pero en off, con un empleo soberbio del sonido (una constante en la película, y lo que llega a generar más miedo), y con el recurso del contador de la cámara para dar cuenta, astutamente, del tiempo que transcurre desde el inicio hasta el final de lo que se cuenta en ese plano. Pregunta para la platea: La idea de que lo que se viene anticipando termine reventando fuera de nuestra vista, ¿anula o potencia el terror? Es cuestión de gustos, y seguramente se ha optado por otro final para hacerlo más shockeante y explícito, pero advierto, con esa decisión se ha desechado una de las más geniales secuencias que ha gestado el cine de terror americano de los últimos años. Lo que nos queda, antes que este dilema entre uno u otro final, es una película que, pese a la “¿fealdad?” de la imagen supuestamente casera, sostiene su naturaleza de puro cine, puro terror.