Terror a la manera de la era YouTube
La sensación de lo “real” en la esfera de lo “fantástico” es la que explota este fenómeno de marketing ajeno al lenguaje del cine.
En un libro que sigue siendo imprescindible, El cine “fantástico” y sus mitologías, Gérard Lenne esboza una taxonomía del miedo y reflexiona: “Igual que el hechicero, el autor ‘fantástico’ organiza un espectáculo que tiene el don de poder ser vivido (...) El miedo interpretado se asemeja al miedo experimentado. El ideal estriba en que el espectador penetre intensamente en el universo del film, con motivo de abocar a las mismas emociones que tendría en el caso de vivir esas ficticias aventuras (en el sueño, la ilusión de realidad equivale a la realidad). Está fuera de duda que esto último es válido para todo el cine, pero tiene las mayores posibilidades de realizarse cuanto se trata del miedo, sentimiento incontrolable por excelencia.”
Esa frontera entre el miedo interpretado y el experimentado, esa sensación de lo “real” en la esfera de lo “fantástico” es la que explota Actividad paranormal, quizá la película más redituable de la historia del cine, si se considera que costó 15.000 dólares y ya recaudó más de 100 millones solamente en los Estados Unidos. Integramente realizada con una cámara de video casera, operada por los propios actores, aquello que se supone que el espectador está viendo –ya que no tiene títulos de crédito ni al comienzo ni al final, salvo un agradecimiento a la familia de la pareja protagónica, por haber facilitado las cintas– es un registro en bruto capaz de dar fe de la existencia de fenómenos paranormales e incluso de presencias demoníacas en la más crasa banalidad cotidiana.
Algo de esto ya se había explorado en El proyecto Blair Witch (1999), que también parecía recoger la home movie que testimoniaba una experiencia siniestra. Pero en comparación con la elementalidad dramática de esta Actividad paranormal aquella película parece ahora como si la hubiera escrito Ingmar Bergman. Acontecimiento sociológico antes que cinematográfico, Paranormal Activity es esa clase de películas donde el talento hay que buscarlo en la campaña de marketing. La apelación a leyendas urbanas de difícil comprobación (Spielberg habría experimentado “actividad paranormal” en su casa mientras veía la película) y una devastadora estrategia de publicidad viral en Internet parecen haber inducido a una suerte de ingenua sugestión colectiva o, al menos, a devolverle al cine de trasnoche el ritual de los gritos de las barras de adolescentes.
El planteo argumental no podría ser más simple: Katie (Katie Featherston) se acaba de mudar a una casa de San Diego junto a su novio Micah (Micah Sloat), a quien le confía que desde los ocho años percibe, ocasionalmente, una presencia maléfica a su alrededor, que se estaría intensificando. Como muchas (pero no todas) de estas “visitas” se producen de noche, Micah decide registrar en video toda la rutina cotidiana de Katie, inclusive sus horas de sueño, dejando la cámara encendida mientras duermen. De más está decir, que poco a poco ese imperturbable ojo electrónico irá registrando movimientos fuera de lo común (una puerta que se cierra sola, una luz que se enciende en el pasillo) que pasarán a ser cada vez más amenazantes.
El mejor cine fantástico siempre ha tenido como un aliado insustituible al denominado “fuera de campo”, aquello que está por afuera del campo visual pero que igualmente se manifiesta dentro del relato, a través del uso dramático del sonido o de su tácita pero determinante presencia física. Es increíble que un film que –como Actividad paranormal– tiene desde su misma premisa la posibilidad de explorar en todas sus aristas todo lo que está por fuera del borde de la pantalla desaproveche en su mayor parte este recurso. Hay algo esencialmente plano, chato, literal en el sentido más absoluto de la palabra que le impiden a Paranormal Activity trascender aquello que muestra, haciendo de esa “presencia” amenazante algo tan vulgar y trivial como la aséptica cocina donde Katie y Micah discuten reiterada, machaconamente sobre la conveniencia o no de filmar esos videos.
Se puede pensar, en todo caso, que la elementalidad de la película de Oren Peli (que para provocar alguna tensión dramática recurre al viejo truco de la tabla de Ouija) desnuda el origen de Actividad paranormal como un producto ajeno al lenguaje y a la historia del cine, y vinculado en cambio con la estética de la era YouTube o del reality show. La cámara no como herramienta de conocimiento sino, por el contrario, como instrumento de vigilancia, o mero gadget técnico para saciar una curiosidad malsana.