Inactividad funesta
Una de las peores películas del año es también una de las más baratas, y llega acompañada de una campaña publicitaria enorme: todo lo que no se gastó en producción se debe haber gastado en promocionar esta película que es como un largo video de youtube. Actividad paranormal se propone como realista a fuerza de cámara en mano, pero se trata de un realismo siempre paradójico, porque lo único que hace posible ver esa película fea, en la que estamos todo el tiempo adentro de una casa fea y viendo gente fea, es que recurre burdamente a los procedimientos narrativos del cine más convencional, en el ritmo in crescendo de la tensión, en la construcción de los personajes –una víctima y un compañero escéptico, que finalmente cree-, en el giro más o menos sorprendente del final. Lo verdaderamente malo es soportar a los personajes durante una hora y media, acompañar a esos dos norteamericanos medio pelo que hablan todo el tiempo con “It´s like, it´s like, whatever, whatever”.
Katie y Micah son una pareja muy enamorada que tiene un problema: Katie suele ser visitada, desde los ocho años, por una presencia extraña que la acompaña adonde vaya y que se supone maligna. Micah, racionalista, compra una cámara para filmarse de noche mientras duermen con la intención de descubrir pistas, huellas, rastros que permitan develar el enigma. Esto es Actividad paranormal, una película de fantasmas que juega a ser una filmación casera y que pretende que para hacer cine se puede prescindir de casi todo, hasta convertir a la pantalla en una ventana que da a la realidad. Lo que demuestra el experimento, como si hiciera falta, es que la realidad, esa etiqueta siempre falsa que ahora se cotiza tanto, está sobrevaluada. No hay nada para hacer con esta película, ni durante ni después de verla. Algunos espectadores salieron del cine diciendo que por lo menos se habían asustado, que la película estaba buena porque te hacía saltar en la butaca. Pagamos para ir al Ital Park, eso está claro, no para ver cine, y eso parece haberse vuelto suficiente.
La verdad es que no importa demasiado esta película en particular, no vale la pena indignarse por esta experiencia pasajera, y por suerte sigue habiendo películas buenas. Lo que sí vale la pena preguntarse es por qué, en una época en que la realidad virtual se vuelve para algunos más verdadera que la realidad misma, se busca por otra parte asistir a este tipo de eventos que basan toda su atracción en constituir una experiencia realista. ¿Qué pasó con tener que creer en lo que estamos viendo? Si hay una riqueza en el cine es su posibilidad de hacernos experimentar cosas distintas, de ver el mundo como lo ven otros, de tener que ejercitar un poco o mucho la imaginación para aceptar el mundo que se nos propone en la pantalla y completar el relato. El cine de ficción, en la medida en que apela vivamente a nuestra facultad de imaginar, debería ser capaz de ampliarla, de volvernos capaces de concebir y pensar cosas distintas de las que pensamos todo el tiempo. Una película como Actividad paranormal desdeña todo eso, y no le queda otro recurso más que tirarnos un cadáver por la cabeza para hacernos sentir algún tipo de emoción. Al mismo tiempo se paga tributo al cine de verdad, porque lo único más o menos interesante en la película, pero que de todas formas no alcanza, es la miradita cómplice a la cámara de Katie para hacernos saber que está poseída, que ya no es ella misma y que el desenlace nos promete algo raro.
Lo que realmente me pregunto, después de ver un bodrio como este, es si habrá que volverse más intolerante a medida que los productos culturales se vuelvan más y más burdos, si vale la pena que la crítica diga algo o la solución es ignorar estos fenómenos para volver a plantear, dentro de la cultura de masas misma, una división, ya no entre ésta y la alta cultura –el cine-arte, como le llaman algunos– sino entre las películas que se parecen más o menos a un producto artístico y las que son, única y descaradamente, un producto comercial. Por ahora pienso que hay que ver todo y quejarse, quejarse, quejarse. Por lo menos la queja sirve como prueba de que, a pesar de los esfuerzos de estas películas para anularlo, uno sigue teniendo cerebro.