Sorpresa: el cine argentino prueba suerte con la película de juicio, género que prácticamente desconoce. O eso parece, al menos, porque a pocos minutos de empezada, Acusada ya anuncia que lo que le interesa está en otro lugar, en el revés de un proceso judicial por un crimen, en la preparación y las restricciones y la cotidianeidad de una familia quebrada. Lejos de la espectacularidad de los alegatos y de las grandes declaraciones, Tobal investiga el clima denso de la casa de los Dreier: la película trata menos de la culpabilidad o del engaño que del encierro y de la pérdida del contacto con amigos, parejas y salidas, una trama de afectos e intereses que alguna vez constituyó el mundo exterior. El tema puede resumirse así: el detrás de escena de un caso de asesinato que puede ser un negocio y un show sensacionalista, como si una sentencia pudiera ganarse antes de tiempo en despachos judiciales y en los medios de comunicación. Pero, felizmente, el guion machaca poco con eso: en vez de ceder a la tentación de subrayar la duplicidad de los Dreier o de comentar en clave apocalíptica el papel de los medios, la película opta por tensar y explorar esos materiales; el director está menos preocupado por señalar la hipocresía y la construcción de una imagen pública que en observar el repertorio de gestos que circulan por la casa y por sus habitantes alienados. Una de las primeras secuencias sugiere con una economía poco común que el matrimonio pasa por un mal momento: Dolores habla con el padre, que está estirando con toda naturalidad una manta sobre el sillón, como si el acto de dormir ahí, lejos de la habitación, fuera un ritual ya interiorizado. La efectividad de ese plano fugaz, como la de otras tantas escenas, descansa en Leonardo Sbaraglia, que compone a un padre obsesionado con dirigir el rumbo del juicio; Sbaraglia está bastante más contenido que de costumbre y demuestra que estos personajes calculadores, algo grises y sin grandes aspiraciones se le dan bastante mejor que los otros. La película está hecha de pequeñas grandes actuaciones: ninguno se adueña de la escena, todos trabajan en función de la historia, como esos equipos de fútbol donde el juego en común se sobrepone a las individualidades. Se nota en las intervenciones de Fanego, que adopta el mismo aire maligno de siempre con una elegancia infrecuente en el cine argentino (no es muy distinto lo que hace en Él ángel). Lali Espósito, por su parte, parece adaptarse sin problemas a un papel diferente al de la chica gritona y nerviosa de Permitidos. Acá no están el registro hiperbólico ni la agitación de la comedia romántica, pero la actriz demuestra que puede ponerle el cuerpo a Dolores sin moverse mucho, con pocos gestos, trabajando más el silencio que la palabra. Previsiblemente, Dolores es el corazón de Acusada, el misterio que la película rodea y trata de magnificar pero sin develar, de mirar y atacar con primerísimos primeros planos cuidándose de no agotarlo, sin despojar al personaje del halo de incertidumbre que la acompaña desde los primeros minutos. Una metáfora algo obvia, pero efectiva, fija a Dolores: en su barrio, un puma habría sido visto por los vecinos que acto seguido intentan darle caza. La película hace un paralelo explícito entre el peligro no verificado del puma y la culpabilidad incierta de Dolores: el recurso podría dar lugar a un subrayado innecesario, pero la analogía tiene como efecto reforzar la imagen de la protagonista en los términos de un animal perseguido que siempre está a punto de ser arrinconado (también hay que decir que, en el final, la metáfora vuelve, pero ya no añade nada, más bien trata de sugerir un juego de sentido un poco zonzo, una veleidad más que un insumo narrativo).
Al final, parece que los intereses de Tobal no podrían estar más lejos de la película de juicio: en vez de a las certezas morales y a los mecanismos legales, Acusada observa la manera en la que el juicio mismo se fija en el cuerpo y en la mirada de las personas afectadas por él, como pasa con las amigas de Dolores, ahora peleadas y divididas en bandos irreconciliables. En apenas un par de escenas se entiende que el juicio es lo menos importante: las secuencias duran muy poco, carecen de espectacularidad (las revelaciones del caso resultan tenues, el duelo entre abogados es amable) y pareciera que la película no sabe bien cómo imbuir de cine esos momentos. Es posible que el género sea, junto con la comedia, uno de los más difíciles: después de todo, hay que producir interés con una situación a priori aburrida donde un montón de personas comunes, sin grandes atributos, discuten sobre leyes y códigos procesales. El asunto podría verse justo al revés: que películas así capturen nuestra atención durante horas supone un oficio prodigioso aparentemente ignorado por todas las cinematografías del mundo que no sean la estadounidense. No importa, de todas formas, porque Tobal elude lo más que puede esas escenas y, en cambio, prefiere seguir a su protagonista en su vida cotidiana y en sus breves excursiones a la casa de la amiga asesinada. Los momentos poderosos suceden lejos del Tribunales y de los programas de televisión, como cuando al comienzo una amiga de Dolores va a buscar a un chico a una plaza para meterlo en la casa de los Dreier burlando la estrictca vigilancia del padre; la amiga dice que el chico y Dolores son amigos, pero en verdad se trata de un amante contrabandeado que debe llegar hasta la habitación de la protagonista para ayudarle a terminar con una racha de dos años y medio sin sexo. Ese breve momento condensa el suspenso y la tensión que falta en el juicio.