Basándose en hechos reales acaecidos una década atrás en la Argentina, el director Gonzalo Tobal, en su segundo largometraje, intenta construir un texto apoyado en una doble estructura narrativa respecto del género. En principio tenemos el drama, una familia de la cual uno de sus miembros es acusado de asesinato y todos están para “sostenerla” en esos momentos. Por otro lado, en forma paralela, se va queriendo insertar en una suerte de thriller-policial-juicio, pero se queda a mitad de camino en uno y en el otro.
Si la primera tiene un desarrollo lineal y progresivo demasiado de ambas, lo que produce es la sensación de previsibilidad del relato, todo demasiado obvio. En la otra, construido a base de flash back, en definitiva no resuelven nada, la tensión dramática que debería producir el acto de dilucidar la verdad se va diluyendo con el correr de los minutos.
Dolores Dreier (Lali Espósito) es una joven de 21 años acusada de haber asesinado a su mejor amiga. Vive con su familia, más aislada que protegida, en espera del juicio. Luis Dreier (Leo Sbaraglia), padre de Dolores, es quien parece que se hace cargo del peso de la tragedia, mientras que Betina (Ines Estevez), la madre, por momentos pasa a ser un sólo partenaire,y en otros un espectador, pero siempre en la imagen de quien carga con la angustia de lo que está viviendo el grupo familiar, simultáneamente protegiendo al hijo menor. Pero el caso ocupa la opinión pública, por lo cual las consecuencias de todo se va de control de sus manos por protegerlo.
Asimismo el director al no hacer énfasis sobre una posición determinada desliza la idea del “libre” albedrío, a que cada uno tenga su mirada sobre el caso.
¿Es Dolores culpable o inocente? No hay otra acusada y la investigación, sin demasiados elementos, termina centrándose en ella. Sus padres y su hermano menor intentan sostenerse dadas las circunstancias, cada uno a su manera, pues no se vislumbran acciones que determinen el deseo de ayudar a Dolores, lo cual establecería una doble mirada sin que para ellos aparezca la duda ni estén seguros de su inocencia.
En relación a los rubros técnicos, la fotografía y el montaje son lo más destacado de la producción, la banda de sonido, salvo la justificación de alguna que otra canción colocada diegeticamente, es bastante deficiente en la intención de crear climas, ya sea desde el drama o desde la supuesta trama policial.
Lo más flojo, sin embargo, es el guión, pues a partir de sus oscilaciones entre uno y otro género nunca termina por decidirse, todo queda a medias tintas.
Para no adentrarnos en una supuesta subtrama que se instala, hay un puma suelto en el vecindario, una sola testigo, poco creíble, para cerrarla deseando ser una metáfora, algo extremadamente banal como para que tenga algún peso dramático.
Tampoco ayuda en demasía el hecho que todo el peso del filme caiga sobre las espaldas de Lali Esposito, su actuación es del orden de lo inocuo, no demuestra nada, no genera nada, su rictus facial hasta podría hacer creer falta de recursos histriónicos, pero siendo su segundo protagónico se transforma en certeza. Leo Sbaraglia cumple con eficiencia en su rol, mientras que Daniel Fanego, como abogado defensor, y cinismo a ultranza, es el único que aporta algo de creatividad con su actuación, mientras que el personaje de Inés Estévez se va desdibujando con el correr de los minutos.
La presencia de Gerardo Romano, si bien es muy bueno lo suyo, es demasiada corta y no aporta mucho, ni hablar del mejicano Gael Garcia Bernal, que solo suma su nombre para la publicidad.