Dolores Deier es una persona y es un personaje. En el fondo, y en cierta medida, todos lo somos. Pero ella es ambas cosas masivamente: Dolores (Lali Espósito) está acusada de haber asesinado a su mejor amiga, Camila Nieves. Ambas vivían en la zona norte de Buenos Aires, venían de familias acomodadas y habían sido compañeras de colegio. Unos meses antes de la muerte de Camila, habían tenido una fuerte pelea por un video sexual en el que participaba Dolores y que su amiga había hecho circular por redes sociales. Supuestamente reconciliadas, ambas organizaron una fiesta que tuvo lugar la última noche que se vio a Camila con vida. Drogadas, alcoholizadas, “enfiestadas”, esa madrugada todas sus amigas dejaron la casa de Camila a excepción de Dolores, quien se quedó a dormir ahí. Esa mañana su amiga apareció cubierta de sangre, muerta en un sillón, y Dolores tenía todos los números para convertirse en su asesina. Esta película empieza cuando se acerca el juicio que tiene a Dreier como única sospechosa del crimen acaecido dos años antes y cubierto por todos los medios del país.
Obviamente, a Dolores la conoce medio mundo. Y, como todos los que -de una u otra forma- tienen una vida pública, ella ha pasado a a ser una construcción de cientos de relatos. Todos nosotros, atravesados por los medios, las redes sociales o, simplemente, la mirada de quienes nos ven por la calle, nos convertimos en un conjunto de relatos sobre quiénes somos. Es que, pública o socialmente, terminamos siendo lo que otros cuentan que somos, y también lo que nosotros mismos contamos que somos en espacios como las redes sociales, que nos regalan una otredad momentánea. No obstante, ¿podemos manejar el relato sobre nosotros? ¿Podemos incidir en sus interpretaciones? De todo esto habla la parte más aburrida de Acusada. De la verdad mediada, mediatizada, socializada, de esa que ¿deja de ser verdad? Puede que sí, puede que no. Y también puede que nunca haya existido. Pero la situación de Dolores frente a “la verdad”es diferente, porque en un asesinato siempre hay un único relato cierto, una única verdad objetiva: la que posee el asesino (el único que sabe quién fue y cómo), y que, posiblemente, nunca se conozca.
En realidad en Acusada no importa la opinión pública, solo importa la opinión de Dolores. Pero la película tarda en descubrirlo. Entonces anda vagando mucho tiempo, ignorando a un personaje que quiere respirar pero está viviendo bajo el agua. Recién cuando el relato descubre que la riqueza no está en el “tema” sino en otro lado, eso que al principio parecía su eje (la opinión pública, la construcción de verdades) pasa a un décimo plano. Entonces Espósito gana cancha y arrasa con todo. Es cierto que su Dolores por momentos agota y que Lali no tiene la misma fuerza en todas las escenas: está genial en algunas y horrible en otras. La sobreactuación de su corporalidad encorvada, de su paso lento, de su pesadez poco natural, impostan su tristeza, su depresión, su andar, su ser entero. Y todo es como demasiado en su pequeño cuerpo. Pero cuando la actriz despierta, su Dolores sangra. Entonces la película deja de ser un relato sobre relatos (mediáticos, judiciales, familiares) y pasa a ser una película sobre emociones, o sobre un inmenso clima emocional. Gonzalo Tobal sabe de eso: en casi todos sus cortos, pero sobre todo en su largometraje Villegas, el director logra trabajar a fondo la sensibilidad más característica de cada uno de sus personajes, observándolos con el mismo detenimiento con el que les permite desplegarse en el relato. Ahí sucede lo mejor de sus trabajos, en las personas y no en los temas. Pero en aquel mundillo más independiente el director parecía estar más a gusto que en esta superproducción donde, por momentos, se lo nota incómodo.
Quizás por eso todo lo más “espectacular”, en el sentido de ostentoso (las escenas del juicio, la entrevista televisiva) es lo menos interesante de Acusada. Quizás por eso lo mejor sucede en los milimétricos espacios entre los personajes, sobre todo en los espacios que acontecen en esa inmensa casa-cárcel familiar, donde la fotografía del gran Fernando Lockett es clave para subrayar la dual sensación de vacío e invasión permanente. Ahí se crea ese clima denso y agobiante que pasa a protagonizar la película.
Ya Hitchcock (maestro del tema del falso culpable) le dijo a Truffaut en su famosa entrevista-libro El cine según Hitchcock: “Nuestro principal trabajo es crear una emoción, y nuestro segundo trabajo es mantener esa emoción”. Aquí Tobal crea un clima emocionalmente abrasador, lo trabaja con excelencia y lo mantiene, generando ambientes de una angustia tan opresora que duele y pesa sobre el espectador. Entonces, con Sbaraglia (en un gran papel de padre paranoico, sobreprotector, enloquecido) a la cabeza, esta película consigue sostener esa emoción que se vuelve como una peste contagiosa que se esparce por donde sea que vaya Dolores. Cada uno de los movimientos de esta joven exuda dolor, un dolor que carece de vida y que, por lo tanto, es mucho más insoportable. Lo peor del dolor de la protagonista es que ya no la conmueve. Dolores ya no siente, solo acontece (la escena de la lectura del veredicto, donde ella ni siquiera escucha qué se ha resuelto, no hace más que reforzar este tormento de dolor vacío y, por lo tanto, absurdo).
Hay un único momento en donde ese clima se quiebra por un rato: Dolores está en el campo familiar y se encuentra con su padre. En ese lugar donde la familia pasaba sus ratos de ocio y distensión está escondida la única evidencia que podría salvar o condenar a la acusada. Y es allí donde Dolores y su padre (en una hermosa escena con la cámara moviéndose alrededor de un aljibe) por fin hablan con sinceridad, sin ajustarse a un relato. En esa escena (literalmente) corre aire, sopla viento, y Dolores respira. Ambos personajes -los mejores de esta película- conviven y detienen el tiempo narrativo para relanzarlo más tarde, al volver a esa casa inmensa, al tribunal oscuro, a las miradas juzgantes y a una realidad que, más allá de lo que diga la sentencia del juez, nunca dejará de asfixiar. Queda claro, aunque al final se recurra a una poco sutil metáfora para subrayar el contraste realidad-relato, que la clave en Acusada no es la verdad ni los intentos por apropiarse de ella. Lo crucial aquí es que nadie del entorno de Dolores sabe cómo ella se siente. Ni siquiera después del tan esperado y trabajoso triunfo. Por eso el clima de agobio es un protagonista más del film. Porque sucede como por fuera del resto de los personajes, trabaja en forma independiente de ellos. Y ahí Tobal consigue que Acusada triunfe, pues ha creado emociones y las ha mantenido hasta la secuencia de créditos. Y después.