Acusada

Crítica de María Paula Rios - Fandango

El vacío que deja la ausencia

Quizá un corte de pelo sirva para comenzar de nuevo, para mudar de piel y querer ser otra persona. También para alivianar las culpas. Este es el caso de Dolores Dreier (Lali Espósito), una joven estudiante de clase media, la única acusada de asesinar a su mejor amiga, la noche que ambas organizaron una fiesta. La víctima fue hallada en el sillón de su casa con cortes profundos e irregulares en su piel, y murió desangrada.

La película comienza mostrando como se prepara para el juicio oral la posible asesina, y como se vincula con su familia en medio de este suceso que se vuelve mediático. El caso está en la televisión, en la calle, y todos toman posición con respecto a Dolores, algunos creen que es inocente y otros no; mientras su padre se gasta todos los ahorros en uno de los mejores abogados del país, para defender a su hija.

Acusada es una de las pocos films argentinos sobre juicios; una de los pocos que muestra todo el proceso judicial, además por supuesto, de la tensa relación familiar que se genera por razones obvias. Hace rato que no se viven momentos de “normalidad” en la familia Dreier. Hay un padre sobreprotector que no descansa en pos de encontrar una coartada a su hija; una madre que se refugia en los tragos para soportar la tensión; y el hermano pequeño que sobrelleva estoico lo que sucede.

La cámara en mano del principio demuestra la inestabilidad emocional de Dolores, bajo la apariencia de un semblante rígido, casi inexpresivo. Pereciera que está en un trance hipnótico permanente y no quiere hacer frente a la dura realidad. El director juega con estos recursos, y nos mantiene toda la película en vilo.

Se ocupa de las relaciones intrafamiliares, algunos amigos y los abogados, formando un universo propio que casi no tiene en cuenta el afuera. Conforme avanza el relato, sumada la intervención de los flashbacks que tienen intención de dilucidar lo que paso esa noche en la fiesta, cada vez nos involucrados más con lo que le sucede a Dolores, a pesar de no saber si es culpable o no. Premisa que comienza a perder importancia a medida que empatizamos con el personaje; al igual que ella, en un momento solo nos importa que se libere de esa opresión que casi no la deja respirar.

Tobal logra un relato que van in crescendo en ritmo y angustia, sin dejar espacio para la catarsis. Mueve las cuerdas tensas de la guitarra sin desafinar, en buena parte se lo debe a como dispone la puesta en escena, así como a sus personajes, ya que ninguno desentona. Brindando espacio a una protagonista que logra evadirse como ese puma que escapó de la reserva, y se camufla sigiloso en los techos del barrio. Dolores ya no pertenece a su lugar, quizá lo encuentre en París.