La verdad tiene dos caras
Gonzalo Tobal, es un joven realizador que desarrolló tempranamente su carrera como director de cortometrajes, con los cuales también participó en diversos festivales. Luego de su celebrada ópera prima Villegas, estrenada en la Selección Oficial de Cannes 2012, se instala en las grandes ligas de nuestro cine al comando de una historia poderosa, interpretada por un elenco de lujo.
Producción argentina nominada para competir por el León de Oro en el festival de Venecia y construida como un thriller judicial, Acusada (2018), se presenta como un complejo ejercicio de investigación acerca de la auténtica naturaleza de la verdad y –acaso- de su carácter ambiguo. Aquella certeza que, en su fuero íntimo, solo conoce la propia conciencia en la cual quedarán grabados los actos cometidos, o no.
Dolores (interpretada por Lali Espósito) es una joven acusada del crimen de su amiga Camila, quien apareció muerta luego de una fiesta descontrolada. Días antes de la tragedia, Camila había difundido un video sexual en el que participaba Dolores. Sus padres (Inés Estévez y Leonardo Sbaraglia) han confiado la estrategia y el futuro de su hija a la defensa que lidera un especialista (Daniel Fanego), quien ha orquestado un infalible plan para adoctrinar a la joven y así convencer a la opinión -y la justicia, principalmente- de su inocencia, en pos de preservar su libertad.
Existe un planteo interesante que lleva a cabo el director. La forma en la que elije contar la historia, permite que el espectador se involucre con una noción de verdad que siempre es subjetiva a su punto de vista. Es decir, no nos comparte el secreto sobre la culpabilidad o no del crimen. Lo cual arruinaría las intenciones y, por otra parte, la esencia del film no pasa por allí. Su verdadera hondura narrativa se encuentra varias capas por debajo de esa superficie. El hecho de invitar a cada espectador a sacar sus propias conclusiones sin dar una resolución ‘por servida’ permite la distancia necesaria respecto a los personajes, a fin de evitar las habituales identificaciones maniqueas que pululan en este tipo de cine, en donde la (supuesta) debilidad de un (asumido) culpable genera la empatía necesaria para lograr ese ‘imán’ con el espectador.
Por otro lado, el film desnuda la verdad que tejen los medios de comunicación, haciéndose eco de una noticia, y todo el entramado tejido alrededor para que una verdad, hipotética, salga a la luz. Factores menos tangibles que, con frecuencia, inclinan la balanza hacia cierto tipo de verdad “asumida como tal”. Bajo este acercamiento a un acontecimiento policial, Acusada ofrece un planteo interesante y novedoso, poseyendo rasgos distintivos muy destacables: permite el lucimiento de un sólido elenco de protagonistas, instala en la producción nacional un sub-género poco transitado (el thriller legal) y bucea en las profundidades mediáticas de un caso que remite en nuestra memoria reciente al de Lucila Frend y Solange Grabenheimer, un hecho macabro que ocupó incontables horas en noticieros y de debates televisivos.
Justamente, esa ambivalencia que flota en el aire de la historia a lo largo de sus casi dos horas de metraje, deja la marcada sensación de que nadie es quien dice realmente ser. Con acierto, la enriquecedora y minuciosa construcción que hace Tobal de sus personajes refuerza esta idea, al tiempo que posa su mirada sobre la exposición descarnada y manipuladora de los medios, las miradas desconfiadas de la opinión pública, las flaquezas judiciales, la viralización de la intimidad en las redes y las apariencias banales de las clases acomodadas.
No es habitual ver en el cine nacional este tipo de narrativa, cuyo corte por momentos se asemeja al policial literario de Claudia Piñeyro. Lejos de centrarse exclusivamente en la investigación del caso, elige tomar distancia de lo fáctico, es decir, de la “evidencia” que suele construirse como huella en este tipo de relato. Por el contrario, sitúa la historia dos años después de lo sucedido, ya próxima a un veredicto final, haciendo foco en el entramado familiar y la reconstrucción de estas relaciones post-tragedia. Allí, el espectador irá armando su propio rompecabezas al tiempo en que Tobal nos invita a participar de la intimidad de este núcleo, resquebrajado en su fibra más íntima. Con gran capacidad para crear atmósferas atrapantes, el director sugiere más de lo que muestra acerca de la escena del crimen. Apenas unos flashbacks alcanzan para entregar pistas sutiles, que el espectador deberá saber codificar.
El personaje de Dolores, presa de la propia imagen que la opinión pública ha construido sobre ella, es la metáfora permanente de un ser en suspensión, encerrada en un universo artificial, en continua espera y sostenida angustia. Acaso el misterioso puma que -de forma más que metafórica- merodea la zona, se convierte en un simbolismo sobre culpables o inocentes, a tener en cuenta si buscamos desentrañar la verdad. La escapatoria de su refugio, ¿es un invento de los medios? De existir, ¿su hallazgo podría interpretarse como la captura de una presa que atemoriza la calma de la comunidad? El puma, ¿existe o es un mito generado por el boca a boca popular? Dolores, ¿víctima o victimaria?
Así, a diferencia de otros exponentes del género que construyen todo el relato bajo la órbita de los pasillos judiciales –pensemos en lo prolífico que ha sido el género en Hollywood-, prefiere arraigarse en el universo familiar, jugando con la tensión verbal, la intromisión ajena, el silencio incómodo y los climas de permanente paranoia, favoreciendo lo implícito a lo que muestra, como si en esa zona gris y difusa se dibujara la verdadera naturaleza de sus protagonistas. ¿Creen los padres en la inocencia de Dolores, o la protegen a sabiendas de su culpabilidad?
Lali Espósito compone a una Dolores enigmática, quien a todo momento siembra la duda acerca de si las sensaciones que genera esa joven angustiada por la situación que le tocó vivir, son genuinas o fríamente calculadas. Saliendo airosa de su primer gran reto actoral, Espósito transmite la justa y necesaria expresividad que su personaje requiere y se percibe, allí también, la buena mano del director para dotar de realismo y credibilidad a su personaje, cuya gravitación no merma en todo el film: ambigua, incómoda, amenazante y frágil de a ratos, de mirada perdida, cargada de angustia. Uno se pregunta qué ideas atraviesan sus pensamientos, uno cuestiona si ha sido capaz de cometer el crimen que se le acusa. El acercamiento hacia el personaje es gradual; Tobal acierta en conducirnos hacia ese sofocante infierno, como si compartiéramos con la protagonista esa incertidumbre, aun desconociendo si consumó el crimen o no.
En ese contexto, Dolores sabe que tiene a toda la atención pública detrás y su personaje sufre esa hostilidad, exteriorizada en la expresión de su rostro, en una contenida angustia corporal. Presa de su propia imagen, sometida a presiones que se hacen insostenibles, bajo el férreo control de sus padres, el personaje de Dolores también revela una segunda verdad: despersonalizada, rodeada por su séquito de ‘consejeros’ y ya convertida en una máquina lista para convencer de su inocencia, este alto nivel expositivo terminar por amedrentar lo que quedaba de esa joven rodeada de amigas y en pleno despertar sexual.
Mención especial merecen las composiciones de Leo Sbaraglia e Inés Estévez en el rol de los Acusada: La verdad tiene dos caras 3padres de la acusada, donde los magníficos intérpretes entregan la dosis de talento de dos consagrados. Para la actriz es el regreso a los primeros planos cinematográficos luego de su celebrado regreso en la brillante El Misterio de la Felicidad. Mientras que para el reciente ganador al premio Cóndor de Plata (Mejor Actor por El Otro Hermano), el papel ratifica su grandísimo presente como el más destacado y versátil actor argentino del momento: cine (próximo a estrenarse con Almodóvar en Dolor y Gracia), teatro (El Territorio del Poder) y serie de TV (Félix).
Transformados magistralmente en dos seres ciegamente encomendados a defender a su hija a toda costa, los padres de Dolores ejercen un control férreo sobre ella con tal de evitar el hundimiento de una familia, inclusive si hiciera falta echar mano a las facilidades económicas y los privilegios de clase para comprar una ‘verdad’. Resulta imposible no involucrarse emocionalmente en el espiral de locura en que se ven inmersos (bajo la sombra de la duda sobre su complicidad), presos del asedio de los medios y con el peso de la justicia cargando sobre sus espaldas.
Un sólido Daniel Fanego en el habitual rol de ‘abogado del diablo’ retrata con mucha clase una especie de letrado que abunda en el microcosmos judicial. Por su parte, Gerardo Romano da vida a un fiscal de conducta implacable, cuyo personaje se exacerba mediante abundantes dosis de ironía. El elenco secundario se completa con Gael García Bernal –en acertada participación especial- como periodista incisivo y presto a fundar teorías conspirativas, quien en una entrevista televisiva interpela de forma impiadosa al personaje de Dolores.
El film es un inteligente ejercicio como estudio social, combinando efectivamente los elementos dramáticos que arman la ficción, con el fin de explorar hasta qué punto lo mediático y la posición socioeconómica garantiza la impunidad con la cual ‘moverse’ en ciertos ámbitos, sembrando la duda hasta instalar cierta desconfianza generalizada sobre la ‘verdad’ que en realidad quieren ‘vendernos’.
Polémica, valiente y debatible, en Acusada se hace verdad el popular dicho que sostiene: lo que aparenta ser la verdad es más importante que la verdad en sí. El final abierto invita a la propia interpretación y a cuestionarnos si, finalmente, importa saber de forma empírica y conocer quien fue el asesino, dejando flotar en el aire una serie de interrogantes mayúsculos: ¿Una persona es inocente hasta que se pruebe lo contrario? ¿Controlar el relato en los medios equivale a mentir con tal de qué la justicia ‘muerda el anzuelo’? ¿Hasta qué punto puede una persona camuflar sus actos bajo un ‘disfraz de mentiras’?
Como en el mejor cine de autor, de eso parece estar hecha la película, donde importa más la forma que el contenido, aún si el fondo de la cuestión es una verdad insondable e impenetrable de escudriñar.