Un astronauta que debe salir del Sistema Solar en busca de su padre y de un secreto.
Cada tanto y por suerte, James Gray hace películas. Aunque varias de sus últimas creaciones no se estrenaron en la Argentina, sigue siendo un realizador que cree en el cine clásico y en las ideas comunicadas a través de la imagen.
Aquí hay un astronauta que debe salir del Sistema Solar (un Brad Pitt que hace lo mejor que puede ser un actor en el cine: ser sin forzar nada) en busca de su padre y de un secreto. Gray opta por contar algo bastante ambicioso (el sentido de la vida, nada menos, en medio del vasto universo), sin caer en alegoríás ramplonas.
Es épico sin necesidad de subrayarlo, y deja que el relato, esa nave que transporta las emociones de los personajes y con ellas a nosotros, marque el rumbo con una mano al mismo tiempo de hierro e invisible.
Las actuaciones son todas perfectas incluso si Pitt se roba las escenas donde está, y lo que se le puede reprochar es también una de sus máximas virtudes: una ambición que le falta al resto del cine.
Algo más: la película es una verdadera lección de cómo usar el efecto especial: en lugar de relleno o de “carnada” para el espectador necesitado de emociones fuertes, están ahí cuando es necesario para construir el mundo donde la fábula es posible. A la altura de la subvaluada Misión a Marte (de otro grande, De Palma), Ad Astra muestra que el gran universo encierra, todavía, grandes ficciones por descubrir.