Hay esquemas narrativos irresistibles: la confrontación de un hijo contra su padre para asesinarlo simbólicamente es uno de ellos. En Ad Astra, el director James Gray incorpora la fórmula con atrevimiento: la travesía terapéutica recorrerá nuestro sistema solar a modo de vía crucis, usando los planetas de estaciones, y el plan para llegar a la cura carecerá de disimulo, hasta se podría decir que es un trazado caricaturesco: Brad Pitt es un astronauta hijo de otro que es una leyenda, Tommy Lee Jones.
El hijo admira al padre (o al relato que una corporación espacial hace de él) pero también lo siente como una amenaza de aquello en lo que podría convertirse, sobre todo cuando empiecen a revelarse detalles de lo que sucedió con una nave varada en Neptuno, especie de estrella de la muerte apuntando hacia la Tierra.
Aunque esto suene traviesamente parecido a Star Wars, Ad Astra se ubica a años luz. La distancia queda marcada por la forma del filme: parca, cansina, anestesiada. James Gray tampoco pierde oportunidad para estampar su imaginario del espacio, enfatizando el manejo de texturas, colores, transiciones (los flashbacks terrícolas manejan una suciedad y un grano divinos) junto a un diseño sonoro meticuloso.
Esta búsqueda alcanza su cenit durante una persecución lunar. Secuencia vertiginosa y flotante en donde el vacío acústico apuntala la bestialidad de cada golpe en seco.
Ad Astra es ciencia ficción mestiza, con un existencialismo remanido (la voz en off, lamentablemente, subraya y empobrece), pero que tampoco se priva de cierta espectacularidad. El vaivén está regulado y James Gray, por decirlo de algún modo, le gana al estudio: la identidad audiovisual devora la intensión aventurera.
Si los personajes de Gray se caracterizan por tapar chorros de angustia con entereza (el arqueólogo en The Lost City Of Z, la prostituta en The Inmigrant, el esquizofrénico en Two Lovers–, aquí Brad Pitt se alza como el personaje jamesgrayceano paradigmático: voltaje de tristeza en aumento sin caer jamás en la pantomima melodramática. Su cura excluye la catarsis, los gritos en el espacio son sordos.
El trabajo de Pitt se potencia ante las imposiciones del director, la confección apolínea del actor calza excelente en este entramado psicológico y bastará una lágrima solitaria para estremecernos. Esto habla, también, de una madurez actoral.
Odisea espacial atípica, emparentada con Gravedad, de Cuarón, por su linealidad in crescendo, pero también obsesionada con el desovillado mental, acercándola más a El primer hombre en la luna, la subvalorada película de Damien Chazelle.
Ad Astra predica que en un futuro cercano seguiremos abrochados al diván freudiano. El espacio se transforma en un purgatorio que nos devolverá a la tierra un poco menos extraterrestres, ¿un poco más felices por ser humanos?