El cine de ciencia ficción moderno se ha adentrado a explorar la humanidad en un futuro cercano: el deseo de la conquista del espacio y la búsqueda de vida inteligente extraterrestre han sido tópicos transitados, gracias al virtuosismo técnico expresado por films como “Gravity” (2013), de Alfonso Cuarón y “Interstellar” (2015), de Christopher Nolan. “Ad Astra” retoma dicha senda, ofreciendo preciosismo visual y despliegue técnico notable.
Entregando escenas de notable factura, apegándonos a un verosímil estipulado en base a una sociedad futura distópica y en el abismo de una crisis catastrófica para el destino de la humanidad, el último film de James Gray constituye un ejercicio de género fuera de lo común. Ante tal propuesta, como espectadores resultará más que interesante potenciar esta elucubración de futuro en peligro como un vehículo a pensar acerca de la condición humana, más que a intentar desentrañar la conspiración espacial que busca tejer en torno a sí, como sustento narrativo; inclusive llegando a condicionar la credibilidad sobre determinadas escenas, pobremente resueltas.
No obstante, resulta preferible contemplar el film como un interesante práctica audiovisual a nivel simbólico, reflejando todo el existencialismo que desborda el atractivo personaje que interpreta Brad Pitt. Roy Mc Bride es hijo de un pionero espacial (en la piel de un desaprovechado Tommy Lee Jones) y, mal que le pese, carga con ese peso sobre sus espaldas. A la vez, desconoce ciertas facetas de su padre y convive con el fantasma de un ser que se esfumó en el espacio hace 30 años. Acercándose a él, en busca de respuestas (existenciales o galácticas), busca liberarse de una infranqueable cárcel mental que lo tiene retenido, en soledad, dolido y arrastrando una inquietud imperecedera.
Un actor tan versátil y enorme como Brad Pitt puede dotar a su personaje de la sensibilidad necesaria como para superar cualquier bache narrativo en que James Gray suma al film. Luego de participar en el último film de Quentin Tarantino (“Había una vez en Hollywood”), Pitt encarna a un hombre enfrentando el abismo, no solo del inconmensurable espacio, sino el suyo mismo, cuestionándose cuanto más grande puede ser el vacío interior espejado en ese insondable cosmos que lo rodea. Este intrépido hombre del espacio busca a su padre, del que reniega, pero de quien aprendió, entre otros valores, la virtud del sacrificio, su apego al trabajo, su honestidad y un rigor inclaudicable para completar con su misión que le ha sido encargada, aún sabiéndose un anzuelo dentro de un entramado global de magnitudes desproporcionadas.
Nuestro héroe no teme, en más de una ocasión, en poner su vida en riesgo y resulta implacable; cuando otros dubitan, él siempre tomará la decisión acertada, mostrándose imperturbable en los momentos cúlmines. Su meta es, nada menos, atravesar el infinito espacio en busca de un reencuentro que trascenderá su existencia por completo. Su vuelo, al fin. Hundido en su melancolía, el astronauta buscará sortear su propia odisea espacial. Si en la modélica “2001”, Stanley Kubrick buscaba tomar conciencia acerca de la supervivencia humana proveyendo reflexiones de gran agudeza de cara a un desenlace tan deslumbrante como inquietante, “Ad Astra” retoma la ambigüedad latente acerca de la conquista espacial y la búsqueda de vida inteligente fuera de nuestro planeta, prefigurando su propio verosímil en un futuro cercano.
Acaso, la metáfora de su búsqueda paternal reformula otro clásico: la quimérica búsqueda del misterioso Capitán Kurtz, emprendida en la expedición que recreaba el film “Apolcapyse Now” (1979). Ese maniático, entregado a una misión desquiciada, era encarnado por Marlon Brando en el film de Francis Ford Coppola. A nivel metafórico, “Ad Astra” enriquece la propuesta usualmente tibia que presentan este tipo de abordajes sci-fi desde Hollywood. Mediante un variopinto uso de la imagen (escenas, planos, colores) el film consigue alegorizar al respecto con notable inventiva, mediante contrastes en el uso de planos y la iluminación a contraluz (con frecuencia, solo vemos la mitad del rostro en penumbras del protagonista).
Son éstas las herramientas elegidas por Gray (director de “La Ciudad Perdida”, “The Inmigrants”) para comandar los designios del film, matizando ciertos rasgos de autor (inquietudes filosóficas) con algunas resoluciones simplistas más propias del cine mainstream hollywoodense. No obstante, su hondura reflexiva posibilita una balance favorecedor. Preguntándose por la existencia de vida extraterrestre en el espacio, al tiempo que reformula una indagación psicológica del ser humano frente a la incertidumbre de su propio abismo existencial, “Ad Astra” es una película que el inigualable David Bowie se hubiera sentido a gusto de musicalizar.