EL ESPACIO ENTRE NOSOTROS
Con un acercamiento a los géneros cinematográficos más propio de la ceremonia de un Stanley Kubrick que de lo lúdico de un Danny Boyle, hay igualmente en el cine de James Gray una personalidad poco habitual en el cine actual (y entendamos por “cine actual” al que tiene la posibilidad de estrenarse en salas). Si bien hay rasgos y ejes temáticos que se comparten entre película y película, la unidad estética es más evidente desde lo formal y narrativo: hay cierta pesadez, un existencialismo trágico en sus personajes expuesto de manera para nada sugerida. Para Gray da lo mismo un policial, que un drama romántico, que una aventura en el espacio. Sus personajes están perdidos, dolidos, y lanzan una última apuesta para tratar de descifrar el misterio que los agobia. En ese viaje, precisamente, está Roy McBride (Brad Pitt), un astronauta al que le encomiendan la misión de ir a buscar a su padre a Neptuno desde donde, supuestamente, se estarían generando unas descargas eléctricas que ponen en riesgo al sistema solar. Sin vueltas (enterate Nolan), Ad Astra: hacia las estrellas es la historia de un hijo y un padre, separados por el tiempo y el espacio, y cómo ese hijo intenta recuperar un vínculo para, en el fondo, encontrarse a sí mismo.
Ad Astra arranca con una secuencia impecable: Roy se encuentra bajando de una antena kilométrica cuando, de pronto, una serie de desperfectos genera la pronta huida del protagonista. Es un momento notable porque, en primera instancia, nos deja en claro la manera personal con la que Gray mira lo espectacular del género, y en segunda instancia porque define al personaje en dos movimientos: Roy es un profesional capaz de actuar en medio de un desastre imprevisto: desconecta la energía eléctrica, planifica su caída, se muestra cerebral ante el desastre. Luego nos enteraremos que es imperturbable y que nunca se altera, o no al menos cuando sólo está en juego su integridad física. Es que la película de Gray se inscribe en esa vertiente de la ciencia ficción donde lo que importa es el interior de los personajes, lo existencial y lo filosófico. Visualmente es imponente y hace gran uso de los efectos especiales, pero nunca desde el regodeo y la prepotencia vacía: acompañamos a Roy en ese viaje, entre situaciones imprevisibles y su necesidad de encontrar un horizonte, y la tecnología del cine se pone a disposición de esa aventura. Nunca se pone por delante. Lo que sí se impone en Ad Astra es el personaje y su conflicto.
Como decíamos, la ciencia ficción y el espacio en el cine son buenos recipientes tanto para la aventura de acción como para la especulación filosófica y la introspección. A lo primero, Gray lo aborda de manera personal (hay una persecución narrada de manera magistral y una secuencia con un mono que transmite cierta locura), mientras que lo segundo es lo que le da el combustible principal a Ad Astra. Sin embargo, Gray tiene el buen criterio de nunca esconder sus intenciones. A diferencia del Christopher Nolan de Interestelar (por poner un ejemplo contemporáneo de ciencia ficción filosófica), Gray pone en primer plano el conflicto del personaje y nos invita a viajar por sus emociones, sin mayores vueltas ni dilaciones, más allá de cierta parsimonia algo excesiva. El director no teme en ir directo al costado sensible de su personaje, y no entiende eso como una caída en el sentimentalismo. Fundamentalmente en esa última parte del relato donde Roy y su padre Clifford (un estupendo Tommy Lee Jones), dirimen sus diferencias y acercan la distancia desde la mutua comprensión. Y donde la soledad se impone como tema, pero también como decisión de los personajes. Mención de honor para Brad Pitt, que aquí y en Había una vez en… Hollywood demuestra un talento gigantesco para construir personajes muy diferentes pero siempre con una presencia clásica, aportando lo justo que cada escena necesita. Y Ad Astra es precisamente eso: lo justo, una síntesis que condensa lo humano ante un espacio imponente que nos absorbe.