Reflexiones cósmicas.
“Existen dos posibilidades: o estamos solos en el Universo o no lo estamos. Ambas son igualmente terroríficas”. Bajo esta cita, perteneciente a El fin de la infancia de Arthur C. Clarke, el director James Gray encuentra la base reflexiva a explorar en Ad Astra, una nueva clase de odisea espacial que toma a la inmensidad del cosmos como territorio inexplorado para crear una historia íntima y personal. Se trata de un film que se apoya en el desarrollo de conceptos profundos a la vez que los unifica con eventos propios del género de aventura, lo que genera un perfecto equilibrio entre los elementos de entretenimiento y el condimento intelectual de la ciencia ficción más pura y dura.
La ausencia de algo puede ser tan mortal como su presencia. Esta idea, que será abordada desde distintos ángulos a lo largo del film, funciona como núcleo central de la historia, englobando las motivaciones, la visión de mundo, los sentimientos y la forma de accionar del protagonista. Pero al mismo tiempo, encuentra su mayor importancia en el simbolismo, la representación descriptiva del lugar ocupado por el hombre en el universo. Ese pálido punto azul, como describía Carl Sagan a la Tierra, es el pequeño reflejo resplandeciente de vida. Solitario, flotando en la negrura infinita del espacio. Como extensión de ello, el astronauta Roy McBride (Brad Pitt), simbolizará lo mismo al viajar por la galaxia en su misión para descubrir que ocurrió con su padre, el teniente Clifford McBride (Tommy Lee Jones), perdido años atrás en su búsqueda de vida en el espacio.
Es bajo este planteo que el film describe como ningún otro la soledad en el abismo espacial, no solo como una realidad de lo que ocurre con el protagonista, sino también como un profundo y sentido reflejo de la condición humana. A través de diversos elementos y estratos planteados por la narrativa, la historia se encarga de desarrollar el concepto de soledad en todas sus formas, incluyendo la ausencia sufrida por el personaje ante la falta de una figura paterna que, por omisión, también representa el estar a la altura de todas las grandes metas que se propuso Roy como profesional. A su vez, el film demuestra la lejanía afectiva, impuesta en relación con Eve (Liv Tyler), la novia del protagonista, en pos de ser funcional en su labor, o la pregunta innata de replantearse la existencia humana ante la vasta soledad inexplorada del espacio.
En gran parte del film, Roy mantiene un diálogo interno donde expone las ideas nacidas de las experiencias vividas a través de la misión que recorre distintos escenarios, desde la Luna, base espacial y centro turístico que hace que el concepto de satélite natural se vea invadido por el artificio y tecnología humana, pasando por el terreno habitable de Marte hasta llegar a la impotente presencia de los anillos de Neptuno, escenarios que si bien en la realidad del film se encuentran hace tiempo habitados, no hacen más que exponer la esencia de la soledad humana que necesita ser más grande y alcanzar lo inalcanzable con el fin de validar su importancia en el cosmos. De esta manera, el viaje planteado por el director es uno de emociones, y es en los diferentes significados y definiciones del concepto de soledad donde deposita el trayecto a recorrer.
Las reflexiones que desarrolla en cuanto al dolor y la ira son resultado de esa idea general del sentirse aislado y el director lo trabaja no solo por medio del manejo discursivo, sino también llevándolo al plano de la tensión y la acción. Tal es el caso de la secuencia en que se responde a un llamado de auxilio donde Roy y otros astronautas son atacados por unos encolerizados mandriles. De esta manera, el film goza de climas y momentos de tensión muy bien logrados que son resignificados en la humanidad de los personajes principales, explorando lo que se halla detrás de esa ira una vez que se logra hacerla a un lado. De esta manera, la historia superpone sus momentos más reflexivos con grandes secuencias como la mencionada o la dinámica persecución en rovers por la superficie lunar.
Sin nunca resultar pretenciosa, la película acompaña las ideas abordadas con el inspirador entorno que supone el espacio exterior. Las deslumbrantes imágenes acrecientan las vívidas emociones que, temática y visualmente, el film despierta. Los pensamientos en boca de Roy y el increíble despliegue de imágenes, con una fotografía que se percibe como salida de otro mundo, recuerdan a muchos de los trabajos de Terrence Malick como La delgada linea roja o El árbol de la vida. Sin embargo, el director nunca se propone dejar fuera de la historia a su público, dándole la misma importancia a los elementos más profundos como también a aquellos pertenecientes al entretenimiento de género, con lo cual la historia en sí misma resulta una verdadera experiencia inmersiva en todo su desarrollo.
Resta decir que si el film encuentra problemas, lo hace en parte de su tercer acto. Cierto desarrollo del clímax final y conclusión se dan de tal forma que la historia pareciera perder su fuerte contenido por uno más efectista y un tanto naif, además de romper la seria credibilidad del relato con situaciones poco probables dentro del imaginario de la ficción, algo más acorde a un blockbuster masivo que a un film como éste que se perfila en casi toda su totalidad con una búsqueda más profunda y honesta. Sin embargo, a pesar de perder su fuerza en el tramo final, Ad Astra es literalmente un increíble viaje que demuestra tener una pasión argumental que se posiciona como de los mejores exponentes de su género y una de las mejores producciones del año. El director cumple su misión y alcanza las estrellas a través de los sentimientos más humanos, el valor de la existencia hallado en la inmensidad del cine.