Los muchachos no lloran
La carrera del prolífico director James Gray no deja de sorprender y al mismo tiempo de confirmar que se trata de uno de los mejores narradores clásicos que existe en el Hollywood actual. Luego de un comienzo de carrera que lo acercaba al cine callejero de Martin Scorsese con thrillers pequeños y efectivos como Little Odessa, La traición y Los dueños de la noche, en la última parte de su filmografia se ve a un autor ambicioso que no teme abarcar diferentes géneros y que sale airoso en todos los casos, desde el drama romántico Los amantes hasta la aventura herzoguiana de La ciudad perdida de Z.
Con Ad Astra Gray decide meterse en el pantanoso terreno de la ciencia-ficción espacial, género difícil de acometer sin caer en cierta pesadez narrativa y en discursos existenciales cargados de solemnidad y de falsa importancia. Desde que Stanley Kubrick revolucionó el género con 2001: Odisea del espacio muchos realizadores utilizan la excusa del viaje al infinito y más allá para observar temas complejos como el destino del planeta y la propia naturaleza humana, produciendo espectáculos visuales increíbles pero emocionalmente distantes e inertes (como las aburridas Interestelar, de Christopher Nolan, o La llegada, de Denis Villeneuve). A priori, con su tono serio y un protagonista que rehúsa toda clase de empatía, podíamos pensar que Ad Astra iba a transitar estos mismos caminos de grandilocuencia, pero Gray es un hábil controlador de tonos y su película no reniega en ningún momento de la aventura, de la posibilidad de asombro y descubrimiento.
Ad Astra cuenta el viaje que emprende el astronauta Roy McBride (un Brad Pitt contenido que habla con miradas y silencios, otra gran actuación luego de su papel memorable en Había una vez en Hollywood) para encontrar a su padre, también astronauta, a quien creía muerto luego de una misión espacial dirigida a otros planetas. El camino no estará exento de problemas y desafíos (entre ellos una persecución lunar que remite a Mad Max y un encuentro terrorífico en una nave abandonada que reenvía a Alien: El octavo pasajero), pero el verdadero viaje del protagonista es hacia el interior, cómo ese frio y rudo exterior esconde un dolor que solo hará catarsis cuando halle su destino en el reencuentro con aquel patriarca que lo abandonó de joven para ir en busca de las estrellas. Así es como Ad Astra se separa de los otros exponentes del género, evitando caer en discursos solemnes y más preocupada por hacernos sentir la experiencia física y emocional de su protagonista. El reencuentro de Roy con su padre le sirve de excusa al director para explorar ideas sobre la masculinidad e ir deconstruyendo sus capas de a poco. Así, más que un viaje al corazón de las tinieblas, James Gray consigue llevarnos al nudo de lo que hace del hombre un hombre.