Ad Astra (Hacia las estrellas), el espacio como trasfondo para un dilema de padre e hijo.
Las películas ambientadas en el espacio suelen ser de dos tipos. Por un lado tenemos aquellas en donde predomina la acción y la aventura como puede ser la saga de Star Wars, o aquellas que lo utilizan como un contexto de reflexión, tal es el caso de 2001: Odisea en el Espacio. También debe decirse que ambos no son absolutos. Por cuestiones de fluidez narrativa y producir empatía con los personajes, cada ejemplo de una categoría debe tener un ínfimo porcentaje de la otra.
Ad Astra, de James Gray, busca mantener ese balance, aunque desde el vamos tiene claro lo que quiere contar: una pulseada de estilos que significa todo un riesgo en la realización hollywoodense actual.
Hacia las Estrellas
A riesgo de mencionar una obviedad, todo arte debe hablar de la naturaleza humana, de las virtudes, los defectos y las aspiraciones. Pero si aparte ese arte es presentado en un formato con amplia aclamación popular, como lo es la ciencia ficción, estamos ante una realización que entiende cómo funciona el cine verdaderamente. Arte y negocio a la vez. Donde lo que se expresa es importante, pero de nada sirve si no se lo presenta en un envoltorio accesible al público.
Si entendemos a la ciencia ficción como un formato narrativo que desarrolla las ramificaciones morales de los avances tecnológicos, podemos decir que Ad Astra es una película de ciencia ficción por lo menos en el establecimiento de su premisa.
Lo que contribuye a la desaparición del personaje de Tommy Lee Jonesy su posterior búsqueda a manos de su hijo, interpretado por Brad Pitt, es la búsqueda de inteligencia extraterrestre. También podemos llamarlo ciencia ficción por crear un entorno lunar donde existen los “piratas espaciales”. Por tirado de los pelos que pueda sonar, el uso de un lunar rover para saquear y asesinar en la superficie lunar es una ramificación moral de los avances tecnológicos. Una negativa, pero ramificación al fin.
El diseño de arte de este tipo de películas suele ser muy rimbombante, donde hay un deseo que se note que estamos en un futuro muy lejano (al final del día, el cine, se supone, debe ser una experiencia inmersiva). Sin embargo, es en este apartado visual donde Ad Astra deja ver con claridad la verdad de sus intenciones. Porque se trata de un concepto que, incluso con sendos efectos visuales para terminar de desarrollar su mundo, es uno muy austero.
No hay un futurismo excesivo, sino que bordea la tecnología y estética de la carrera lunar de los 60, un compromiso visual que llega a ponerse al servicio de escenas de acción tales como la de los piratas espaciales arriba mencionada. Una escena que parece, deliciosamente, como si el metraje de las misiones Apollo 15, 16, y 17 hubiesen sido rodadas como una película de Mad Max.
Es también en dicha escena donde está uno de los momentos más logrados a nivel diseño de sonido de todo el film. Donde hay un equilibrio perfecto entre la auténtica ausencia sonora del espacio y los efectos más pirotécnicos típicos del género de acción y aventura.
Tal austeridad tiene un por qué. Ya que una vez establecido el universo y el conflicto principal del film, se ahonda en el verdadero quid de la cuestión: un conflicto paterno-filial donde el compromiso con una meta personal fácilmente puede derivar en el egoísmo. Por su deseo de saber si hay vida más allá de las estrellas, el padre deja a su hijo, un defecto que su hijo hereda pero sacrificando la relación con su mujer. Un egoísmo que si bien es retratado desde lo moral, tiene un desarrollo más abundante desde lo psicológico. Un espejo de crucial significado para el desarrollo del arco emocional del personaje.
Esta es la razón esencial del por qué la inteligencia de este título es tan elogiable. James Gray ahonda con detallada profundidad en todas estas cuestiones, sin sacrificar por ello los obstáculos externos concretos y las escenas de acción.
Sin embargo, a pesar de tantas virtudes, se cuela un solo defecto: el excesivo uso del voice-over, que muchas veces da una explicación excesiva a detalles que la imagen puede develar por sí sola. Se aprecia la intención de tenerlo como deseo de evocar un dejo literario a la hora de abarcar las reflexiones sobre su tema, pero, si somos honestos y hacemos cuentas, pueden hacer más daño que beneficio.