Tras M (2007) y Tierra de los padres (2011), Nicolás Prividera cierra la trilogía de ensayos documentales en los que repasa su historia familiar y la Historia del país con la memoria (y el olvido) como eje principal.
Si M estaba centrado en el caso de su madre (Marta Sierra), desaparecida poco después del golpe militar de 1976, y Tierra de los padres se vinculaba con las víctimas de la violencia política, Adiós a la memoria tiene como “excusa” la figura del padre del cineasta.
Si la decisión de concretar el film surgió cuando Prividera se enteró de que su papá sufría de Alzheimer, cualquiera podría conjeturar a pura lógica que se trata de un desgarrador retrato de la degradación propia de una dolencia que genera un progresivo deterioro cognitivo, pero -si bien hay momentos de indudable intensidad emotiva- el director amplía los alcances de su film-ensayo para reflexionar sobre la construcción (y destrucción) de la memoria no solo en una persona sino a nivel social en tiempos de tantos estímulos e información que generan el efecto de anestesiar antes que de motivar.
Si el modelo de Tierra de los padres era John Gianvito, el de Adiós a la memoria es Chris Marker. La forma en que se mixturan materiales de los más diversos orígenes, formatos, texturas y estéticas con referencias políticas, cinéfilas, musicales y literarias hacen de este viaje intelectual y visceral un ejercicio exigente y una experiencia fascinante y emotiva a la vez.
Antes de ir perdiendo la memoria (es muy duro verlo cuando ya no recuerda a quien fuera de su esposa o ya no sabe cómo cargar el rollo de su Bolex Paillard, aunque todavía parece poder tocar un viejo piano), Prividera padre (un médico psiquiatra hipocondríaco, que vivió recluido y “en piloto automático” después de 1976, según lo describe el realizador) filmó entre las décadas de 1960 y 1980 horas y horas de home movies. Prividera hijo -que no ha tenido una relación precisamente cercana con su progenitor y le guarda cierto resentimiento por haberlo abandonado en varias oportunidades- recupera ese material y establece un “diálogo” con sus propias imágenes y su narración en off que por momentos un poco solemne y pretenciosa.
Adiós a la memoria es, por lo tanto, una reflexión sobre una relación padre-hijo que estuvo marcada por la distancia, el dolor y cierto rencor, pero es también un ensayo sobre las diferencias generacionales, sobre la forma de vincularse con la política (la militancia, la violencia) y con el pasado. Pero, en ese camino dominado por las diferencias, también encuentra numerosas e inevitables conexiones en las situaciones, ámbitos y detalles más inesperados (como tomar notas de manera compulsiva en cuadernos).
Prividera -que habla de sí mismo y de su padre en tercera persona como para mantener cierta distancia que él cree indispensable- incluye múltiples referencias (desde Casablanca hasta El conde de Montecristo, pasando por canciones como Que Reste-t-il de nos Amours?, de Charles Trenet; o Porque hoy nací, de Manal) cita a numerosos intelectuales (Baruch Spinoza, Wilhelm Reich, Antonio Gramsci, Francis Bacon, Albert Camus) y reivindica la figura de Louis Auguste Blanqui y la fallida experiencia revolucionaria de la Comuna de París en un film que escapa de los lugares comunes de las home movies y de los documentales sobre enfermedades para convertirse en un desafiante, incómodo, potente y provocador trabajo de dimensiones y alcances insospechados. De lo íntimo a lo sociopolítico. Para sentir... y pensar.