El nuevo documental-ensayo del realizador de «Tierra de los padres» toma filmaciones caseras para cruzar su historia familiar –ligada, fundamentalmente, a su padre– con la de la Argentina del último medio siglo. Desde el jueves 4 en la Sala Lugones y desde el 11 en MALBA.
Las historias familiares se componen de retazos y de imágenes capturadas en el tiempo. No hay periódicos que sigan las vidas de un padre, una madre, un hijo. No hay libros que cuenten sus historias ni canciones que recuerden sus gestas que, no por cotidianas, dejan de ser épicas. Los recuerdos familiares se deshacen y rehacen en leyendas apócrifas engordadas por el tiempo y la melancolía. Y por las fotos, que capturan momentos específicos que cobran una excesiva importancia con el paso de los años. Y más aún en los casos en los que el video ya es parte de la ecuación. Seguramente cualquier chico que creció en este siglo, o en algunos casos aún antes, hoy tiene su historia documentada hasta el hartazgo y quizás en sus casos estas referencias pierdan todo sentido. No para las personas, como Prividera, que crecieron en tiempos de Super 8 familiares y que vieron películas de su infancia o de la vida previa de sus padres como parte de algún ritual casero.
En ADIOS A LA MEMORIA el director de M realiza dos operaciones complementarias. Por un lado, desde lo personal, intenta analizar más que rememorar la complicada historia de su familia a través de esos retazos de material fílmico, tratando de entender qué es lo que su padre decidió filmar y qué es lo que prefirió evitar. En paralelo, Prividera extrapola esas filmaciones a la situación social y política que las enmarcaron. Son películas de los años ’60 y la primera mitad de los ’70, en su mayoría, y tan solo una mínima cantidad posteriores. Su padre, un observador nato (y cinéfilo) tendía, además de los clásicos retratos familiares de fiestas, cumpleaños y otras reuniones de ese tipo, a retratar a personas de la calle, observar el mundo que lo rodeaba en su vida cotidiana. Pero raramente se dedicaba a meterse en los cambiantes y movilizadores eventos políticos que tenían lugar entonces. Y ese encierro no hizo más que crecer a partir de 1976, por motivos que ya descubrirán los que no conocen la historia de la familia del realizador (o no vieron M).
También son dos los disparadores de las reflexiones que Prividera hace, mediante la voz en off, a partir del material filmado por su padre. Por el lado íntimo, el hombre ya mayor ha empezado a tener una enfermedad degenerativa que le ha hecho perder buena parte de sus recuerdos. Hay cosas que no olvidó (tocar el piano y hablar en italiano, entre otras cosas), pero muchas más centrales a su vida se les han borrado por completo. Casi no se recuerda a sí mismo ni a los suyos. En paralelo –el proyecto se inició y filmó unos años atrás– algunos sectores del gobierno del entonces presidente Mauricio Macri ponían en cuestionamiento ciertos hechos claves de la memoria histórica del país, empezando por los desaparecidos. En palabras de Prividera, además de las políticas neoliberales específicas de ese gobierno, lo que también resulta imperdonable es el intento de vaciar de la historia argentina sus luchas políticas más recientes. De cuestionarlas, primero, para después negarlas.
ADIOS A LA MEMORIA es una mixtura de todo esto: un padre que olvida a su mujer desaparecida, una sociedad que niega a sus muertos, un mundo que parece correrse cada vez más a la satisfacción de lo instantáneo en desmedro de reconocer su lugar en un recorrido histórico marcado por conflictos sociales específicos. La analítica voz de Prividera –similar en su tono al de muchos de los textos que habitualmente escribe en distintos medios y foros de debate– tiene un objetivo claro: devolver la razón social de existencia de las imágenes insertándolas en el mundo que las genera y sacarlas del gusto burgués de reducirlas a «la experiencia personal». La memoria íntima y familiar es también la memoria del mundo en el que se han insertado esas vidas. Y, concluye Prividera, lo que ha venido haciendo el neoliberalismo es, por un lado, vaciarlas de sentido y, por otro, reconvertir esas imágenes en autorretratos o selfies, haciendo que la cámara le de la espalda al mundo y se regodee en el ego de quien graba. Son las imágenes del Yo en una trama histórica que parece cada vez más desprendida de la idea de comunidad.
El de ADIOS A LA MEMORIA es un discurso (en el sentido más amplio de la palabra) que Prividera ha venido manteniendo con convicción a lo largo de ya unas décadas, acusando muchas veces a buena parte de los cineastas locales de ombliguismo, de mirar sus vidas privadas y muy raramente incorporar los conflictos del país a sus películas. Si bien esa es una discusión larga que excede los límites de esta crítica, intentaré pensar como esta película se inserta en esa discusión. En general coincido con la postura de Nicolás respecto al cine argentino de las últimas décadas aunque a veces la veo un tanto esquemática. De hecho, uno podría pensar que ADIOS A LA MEMORIA realiza una operación similar a la de muchas de esas películas que Prividera critica, ya que pone su mirada, fundamentalmente, en una experiencia familiar. Lo que el director y crítico sí hace es extrapolar esa historia contextualizándola, integrándola al mundo en el que transcurrió, algo que buena parte del cine argentino tiende a evitar. A veces por un desinterés ideológicamente motivado. Otras, por desconocimiento de las conexiones. Pero en otras por una decisión consciente de dejar que sea el propio espectador el que trace esos lazos que las propias películas disparan.
Más allá de esa discusión, el documental de Prividera es un inteligente y complejo análisis del rol de las imágenes en las vidas privadas de las familias y en las sociedades en las que esas vidas se insertan. Esa memoria conservada en aparatos mecánicos, analógicos o digitales pueden, o no, resistir a los embates del tiempo, pero la memoria humana es más frágil, impredecible y elige lo que quiere recordar y lo que quiere olvidar. Cuando eso mismo le pasa a un país, como la Argentina, que hoy parece sofocado por un llamativo impulso a negar gran parte de la memoria histórica reciente, el asunto puede volverse mucho más peligroso.