En el nombre del padre (II)
Si con M (2007) Prividera filmaba su investigación sobre la desaparición de su madre Marta Sierra durante la última dictadura militar y con Tierra de los padres (2011), a través de la lectura de textos políticos en el cementerio de la Recoleta, intentaba exponer los discursos constitutivos de La nación y su historia, con Adiós a la memoria reflexiona sobre la memoria y las utopías tomando como símbolo al propio padre, quien sufre un deterioro cognitivo que le impide recordar ciertos hechos y personas de su pasado.
Prividera intenta reconstruir a ese padre por medios de videos que lo muestran en distintos momentos familiares y personales, donde la voz en off de Nicolás va marcando su distancia (usa la tercera persona) y el uso de esas cintas mudas para un videoanálisis que va de lo personal a lo social, de lo filosófico a lo histórico.
El film (dejo esta denominación genérica porque sería todo un debate indicar si es o no un documental) está compuesto por siete capítulos y un epilogo, y cada parte termina con un objeto en un fondo blanco como si detrás de ese objeto estuviera la nada misma.
También a través de objetos (cámara incluida), en su film El (im)posible olvido (2016) Andrés Habegger realizaba una reconstrucción de un padre militante desaparecido y de una infancia robada por una feroz dictadura; pero en Adiós a la memoria, esos objetos están en un fondo blanco, son la ausencia de significados, son impotencia y vacio.
Esa cámara que filma es el arma de la memoria, las imágenes son el residuo de un pasado que el padre no puede recordar pero es también un destino, una posta ya que la misma es cedida al hijo como parte (consciente o inconsciente) de su entrega al olvido. La cámara de Prividera es más la autopsia de una revolución que no fue que el instrumento para la insurrección que pudiera ser.
El film recuerda tres grandes reclusiones, una ficticia y dos reales. El primero es del conde de Montecristo, el recordado personaje de Dumas que le pide a Dios, en su encierro, que le conserve la memoria; el otro es Antonio Gramsci, quien mientras vive en la prisión fascista escribe sus mejores textos políticos pero también le escribe a su esposa y sus hijos; y el ultimo es Louis Auguste Blanqui, uno de los ideólogos de la comuna de Paris (1871) que vivió gran parte de su vida encarcelado en Toulon sin perder la esperanza de un cambio político y social indispensable.
En adiós a la memoria el encierro no es solamente físico sino principalmente mental y simbólico. Hay algo de la pérdida de la memoria del padre de Prividera que habla de nuestra historia; un país que no termina de elaborar su pasado a través del juicio y castigo a los responsables del genocidio está condenado a repetir su peor pesadilla, no ya por golpes militares sino por una política económica que sigue favoreciendo la concentración de las riquezas en una minoría privilegiada.