El lenguaje desarticulado, el dispositivo documental imbricado. El pasado de un hombre que es el olvido de una nación. O viceversa. Quizás, el pasado entendido como una serie de momentos. Eslabones perfectos. El pasado no nos persigue, somos nosotros quienes perseguimos fantasmas que encontrar. Apenas una cuenta en el collar del tiempo. “Adiós a la Memoria” apuesta a un guión de orfebrería, un trabajo artístico que es también una hoja de ruta de vida. El tema de los recuerdos como fragmentos de un todo y sus múltiples capas de análisis representan el núcleo central del reciente estreno del cine nacional. Nicolás Prividera reconstruye una relación paterno filial hecha de imágenes y registros caseros. De aquellas películas familiares azarosamente realizadas. ¿Cómo imaginar, en aquel entonces, su destino, tiempo después? Allí están las huellas luminosas de un recuerdo menguante; también la presencia de un pasado que regresa. Vivo, cambiante, transformador. Material filmado a lo largo de veinte años otorga sentido a un producto fílmico poliédrico y retrospectivo, que también funciona como diario personal de corte ensayístico, donde el realizador concluye su propia trilogía personal. Cuadernos familiares y archivos de cine omnipresentes saldan cualquier tipo de deudas con aquella verdad difusa. Participante del último Festival de Cine Internacional de Mar del Plata, “Adiós a la Memoria” ejercita una mirada irónica sobre el destino, cuestionándose porqué un país apuesta a la amnesia, conformando también, una mirada sociopolítica. Allí está la propia identidad del director, reconstruyendo su propia esencia y tejiendo lazos indivisibles con anteriores abordajes documentales, como en “M”, donde siguiera el camino de su madre desaparecida. Emotiva, reflexiona acerca de la memoria selectiva sobre aquellos eventos que decidimos olvidar, acaso la memoria puede ser aquel animal salvaje imposible de domesticar.