C’est fini
Jean-Luc Godard es al cine lo que el niño al emperador del traje nuevo. Señala con el dedo y dice: eso no es un medio orgánico, está editado para parecerlo. Lleva señalando más de medio siglo, infatigable. No tuvo la dignidad de tirar la toalla más o menos a la altura en la que todas las vanguardias artísticas deberían morir, no sea que se conviertan en un modo más de representación institucional.
El eje del plano no tiene por qué ser respetado. La cámara no tiene por qué seguir al personaje. Los diálogos no tienen por qué ser coherentes. La imagen no tiene por qué responder lo que pregunta. El sonido no tiene por qué sincronizarse con la imagen. Godard se burla del artificio cinematográfico; burla que convierte en un complejo juego de citas y subversiones que experimentan con las posibilidades de la imagen fílmica más allá de la convención.
En Adiós al lenguaje (Adieu au langage, 2014) hay un principio, un medio y un final, pero no necesariamente en ese orden. Hay un hombre, una mujer y una pistola. El hombre y la mujer se pasean desnudos por su casa. Hablan sin decir nada. Se pelean. El hombre se sienta en el inodoro y echa una sonora cagada. “Esto es igualdad de géneros,” declara. El film se ha hecho en 3D y una de sus gracias es que de vez en cuando, en vez de proyectar dos veces la misma imagen perpendicularmente, se proyectan dos imágenes completamente distintas. Cierren el ojo derecho y verán a la mujer desnuda, cierren el ojo izquierdo y tendrán los genitales del hombre en su cara.
Este intenso dueto de entrecasa se ve interrumpido por citas, muchas citas. Libros, películas, composiciones, reseñas históricas. Darwin cita a Buffon. El narrador cita a los indios Apache de la tribu Chikawa. Un personaje lee un libro de van Vogt. Mary Shelley escribe Frankenstein. Pasan Metrópolis (1927) en la tele. Algunas citas son obvias. Otras están reservadas para los estratos más onanistas de la pedantería académica. Y en ningún momento se cita al dramaturgo Tom Stoppard, que una vez escribió esta línea de diálogo: “La mitad de lo que dijo significaba otra cosa, ¡y la otra mitad no significaba nada!”
Todas las películas de Godard tienen aires de jocosa impertinencia. Y casi todas están narradas por él. “Eres el Ursula Andress de la militancia,” le escribió François Truffaut una vez (la última vez). “Posas para las cámaras unos minutos, haces dos o tres declaraciones asombrosas y te esfumas, de regreso a un misterio autocomplaciente”. Olvidó recalcar el aburrimiento de su voz, apenas rivalizado por el de Johnny Depp. Godard continúa narrando como de costumbre, insertando ocasionalmente intertítulos que juegan con palabras. Por ejemplo: Adieuaulangage. Ah dieu. Oh langage. Brillante.
Una segunda observación sobre el 3D: el efecto es nauseabundo. Las imágenes especulares han sido filmadas a un angulación mayor de la acostumbrada; consecuentemente la compensación focal es mayor, y la distancia entre lo que ocurre en primer plano y lo que ocurre en el fondo es extraordinaria. Esto es particularmente nocivo si desplazamos la mirada constantemente entre imagen y subtítulos, ya que los ojos nunca terminan de acostumbrarse a un foco. Por otra parte, el crítico David Bordwell – quien ha defenestrado el concepto del 3D en reiteradas oportunidades – ha llamado Adiós al lenguaje “la mejor película 3D que he visto”. Así que ahí tienen.
Mientras que Godard ha dedicado su vida a demostrar que el cine es un constructo narrativo de naturaleza discursiva, y a su paso ha dejado invaluables aforismos de calendario como “cada corte es una mentira” y “los planos secuencia son una cuestión de moralidad”, otros realizadores igual de monotemáticos y no menos nobles se han contentado con hacer películas que honran un pacto cinematográfico con sus espectadores. ¿A cuántos de ellos despertará JLG con su nueva película, y a cuántos otros el disco les sonará rallado?