Vengo con el cuento.
La etiqueta “cine experimental” es demasiado genérica para definir el último tramo del cine de Godard, alguien que de todas formas siempre se preocupó por el estatuto de la imagen, sin importar la época. Lo más acertado sería definir a este nuevo experimento como un ensayo, en el que parece haber lugar para todos los temas, autores, conceptos y demás nuevas tecnologías. Godard no se interesa por presentar toda esta ensalada en una fuente de plata, más bien lo que hace es desperdigar los ingredientes y que el espectador haga lo que pueda para reconstruir este intento de tesis.
No es la primera vez que el maestro del cine moderno experimenta con el 3D, ya lo había hecho en un cortometraje, y lo hace ya desde el paratexto 2D y 3D, el primero aparece en el fondo y el segundo al frente del plano. Otro de los juegos con el formato se da también bajo este procedimiento: detiene el avance del plano del fondo, una especie de formato 2.5. También se puede advertir, si se cierra un ojo, un caos formal que enrarece toda la imagen como si no se tuviera puestos los anteojos. Más allá de este componente lúdico, que oficia de tesis sobre el autoritarismo de la imagen en estos tiempos, la hipótesis de Godard es invisible, inacabada o tácita con respecto a su propia producción, tan solo tenemos ante nuestros ojos una insinuación. Sí, el 3D es un formato que apareció hace algunos años como una mina de oro para los grandes estudios de Hollywood pero hoy en día esa idea maravillosa -a priori- que llegaba para salvar a la meca del cine, no es más que un acarreo de las grandes producciones que se han estancado sin ofrecer variantes inteligentes. Godard llega tarde, no viene del futuro para mostrarnos lo que pasará sino que viene del pasado con el diario del lunes.
En el eje temático se perciben -con más claridad que la historia de la película- las inquietudes que siempre rondaron la obra del director de Alphaville: el nazismo, el comunismo, la filosofía (el existencialismo, especialmente), la literatura de la primera mitad del siglo XX, etc. Todos estos temas están puestos en boca de dos personajes que se la pasan desnudos, discutiendo (casi siempre con diálogos que no son más que citas de otros autores), siempre con un dejo de inconclusión. En el medio de ambos aparece un perro, quizás como única esperanza, por lo que no es gratuita la frase de Darwin que se menciona: “El perro es quizás el único ser vivo capaz de amar más de lo que se puede amar a sí mismo”.
Adiós al Lenguaje es un collage formal y temático que ya no resulta experimental en la obra de Godard, de otra forma no hablaríamos de recurrencias en sus últimas películas: es claramente un ensayo de protesta y de nostalgia. Del primero por un uso desaprovechado de la imagen y del segundo por ese siglo tan espantoso al que no se puede recordar más que con ojos indulgentes, todo esto según el hombre que alguna vez luchó desde el futuro por un cine diferente, hoy ya no es más que un espectro de su propia revolución.