El canon
Este año, la cinefilia ha dictaminado dos supuestos axiomas: Jauja y Adiós al lenguaje son obras maestras. Pareciera como si, para estar en “la pomada”, tuviéramos que tomar dichas afirmaciones como verdades absolutas. De lo contrario, nos quedamos afuera y no sabemos apreciar el cine. Estamos en presencia de la vuelta de la peor de las cinefilias: esa cinefilia que se vanagloria de una supuesta superioridad intelectual; aquella que dicta que “si no te gusta una película de Bergman es porque no la entendiste”. Incluso, he leído afirmaciones tales como que los detractores de Jauja lo son por envidia (!!!!!!!). Parece que a Jauja y Adiós al lenguaje no se les puede discutir absolutamente nada. Si queremos mantener nuestra reputación, ni debería pasársenos por la cabeza decir que los diálogos de Jauja (a cargo de un gran cuentista como lo es Fabián Casas) nos parecen risibles, que su tan mentada “escena de la cueva” constituye uno de los momentos más pavos del año, que su coqueteo con lo metafísico la hace entrar de lleno en el más feo de los subielismos. Diablos, si hasta nos da un poco de vergüenza decir que preferimos un millón de veces las dos primeras (enormes, hermosas) películas de su mismo director.
Ahora se estrenó Adiós al lenguaje y la reacción parece ser la misma: es una película indiscutiblemente perfecta. Ahí está bien arriba (y acompañada de Jauja) en el 99,99 por ciento de las listas de mejores películas del año. Godard parece haber venido a salvarnos del cine de mierda.
Adiós al lenguaje es, por lo menos para quien esto escribe, tan chantuna como Jauja. Pero lo que la hace muy superior a la película de Alonso es que no se toma muy en serio a sí misma -de hecho, la cinefilia antes mencionada se la tomó muchísimo más en serio que su propio director-. Godard hace aquí su primera película divertida y realmente libre y juguetona en quién sabe cuántos cientos de años: pareciera haber recuperado un poco ese humor que convertía en adorable a buena parte de sus películas de los sesenta, lo cual se evidencia especialmente en aquel gran momento en el que uno de los personajes tira reflexiones godardianas mientras caga con ruido. Y si hablamos de cosas adorables, ahí tenemos la subtrama del perrito a quien seguimos durante varios pasajes de Adiós al lenguaje y que se convierte en una de las minipelículas del año.
Y, bueno, después está el 3D. Por supuesto, es la gran novedad: Godard en 3D, si bien no es la primera experimentación de Jean-Luc con el formato estereoscópico; ese lugar lo ocupa el corto Les trois Désastres, que forma parte del largo 3x3D. ¿Y qué hace Godard con el 3D en Adiós al lenguaje? Bueno, depende: por momentos, el 3D se ve más berreta que el del Drácula de Dario Argento y el de Sangriento San Valentín, y uno de los resultados más probables de su visionado puede ser un importante dolor de cabeza (el hecho de que los subtítulos de la copia local estén en 2D no mejora mucho las cosas). Me dirán que Godard siempre jugó con la imagen y que esta imagen deficiente es algo deliberado. Pero el hecho es que, por momentos, esta “obra maestra indiscutible del genio del cine Godard” se ve mal. Las cosas mejoran cuando Godard empieza a jugar de verdad con el 3D, especialmente en dos grandes secuencias en las que panea una de las cámaras mientras deja fija la otra y logra una orgía visual de superposiciones que hace desear que toda la película fuera eso mismo.