"A estos cosos modernos tenés que apoyarlos aunque no te gusten, porque sino te dicen que sos un burro" (Atilio Mentasti, productor histórico del cine argentino).
Una habitación y otros pocos lugares. Una cámara loca y un editor que le hace juego. Un perro marca perro que no se luce para nada. Una pareja y a veces otras pocas personas. Ella, casi siempre gentilmente desnuda. El, más de una vez sentado en el inodoro diciendo sandeces con aire solemne, detalle asqueroso y gratuito que allá en los lejanos tiempos de Henry Miller pasaba por avanzado. Hoy es resabio de atrasadas avant-gardes.
Jean-Luc Godard sigue haciendo la suya. Una suma de frases sentenciosas, generalmente pretenciosas, crípticas o contradictorias, cuando no absurdas, dichas en tono imperativo, en ocasiones con voz métalica, silabeante. Citas, repeticiones, largas parrafadas. "Busco la pobreza en el lenguaje", dice. Deliberadamente, la imagen es irregular, alternando tomas bonitas y otras que parecen lavadas o ripiadas. El sonido, antojadizo, con exabruptos de volumen que impiden dormir. El ritmo, con interrupciones sorpresivas y ocasionales arranques dentro de lo monocorde. El conjunto, experimental de antes con una pizca de actualidad. Ese montón deshilvanado de imágenes de la mujer desnuda, el perro, paisajes sueltos y frases variadas remite probablemente al modo de comunicación actual a través de Facebook. En cuanto a la historia, ¿qué historia?
El film cuestiona al espectador, y éste se cuestiona lo que está viendo, y se pregunta cosas como ¿ese efecto es buscado o medio se tildó? ¿es un problema del proyector? ¿será la copia? ¿serán los anteojitos? (porque esto es en 2D y 3D, lo que permite apreciar, por ejemplo, el encuadre de unos gladiolos con perro durmiendo al fondo y cosas de atracción similar). Y aún caben más preguntas: ¿qué pasaría si se juntan un director con sindrome de Tourette y un cámarógrafo con mal de Parkinson? ¿y si se aprovechan unos restos de tomas abandonadas para ilustrar los aforismos de Narovsky? Seguramente sería más comprensible.
Por ahí, cuando ya no cabe esperar nada, alguien da voces, "¡Mambrú se fue a la guerra!", como si fuera una noticia de último momento que debe darse a los gritos. Puede que también algún espectador desinformado le grite después a la boletera otra cosa que tampoco es noticia. Lo mejor es la opinión del perro, unos ladridos de disgusto que se escuchan hacia el final. En eso cabe apreciar que Godard mantiene un sentido del humor superior al de sus seguidores (y que Héloise Godet fue muy bien elegida, aunque nunca resulte superior a la Maruschka Detmers de "Prenom: Carmen").