Una de las propuestas más extrañas y originales del cine latinoamericano reciente es esta opera prima del colombiano Durán, realizador y actor que vive en Buenos Aires hace ya muchos años (hizo aquí también cortometrajes). Salvo por un personaje del filme que es de ese origen (encarnado por el propio director), si uno no sabe que el cineasta es colombiano tranquilamente podría estar hablando de una película cien por ciento argentina. El filme tiene una estructura y un tono muy curiosos, y transcurre durante gran parte del tiempo en una casa en la que vive una madre con sus cuatro hijos: tres chicas más grandes y un niño más pequeño.
Formalmente la película se construye, casi, como un ejercicio de teatro del absurdo, donde los jóvenes van conversando, interpretando canciones y jugando, lúdicamente, a lo largo del acotado espacio de la casa, como si todo el filme fuera un registro de la convivencia durante unas horas de un grupo un tanto intenso de personas. La curiosidad de la situación está dada porque en la casa vive también la madre de los chicos, pero ella está encerrada por algún tipo de enfermedad en un cuarto de difícil acceso por lo que solo se escucha su voz (es la de Rosario Blefari). Con ella se comunican –y le pasan objetos y le dan de comer– por un hueco entre cuartos, al punto que uno puede pensar que la madre bien es un personaje imaginario o acaso ya no está con ellos. Pero Durán jamás aclara o explica la bizarra situación. Y hace bien en no hacerlo.
En ese espacio tiene lugar su festejo de cumpleaños, al que ella “asiste” solo auditivamente, mientras sus hijos, familiares (su hermana, encarnada por Verónica Llinás) y amigos se reúnen en la casa, cantan canciones, saltan, bailan y hablan de sus particulares obsesiones. Como relato, ADIOS ENTUSIASMO se plantea como una suerte de experiencia de convivencia, donde esos juegos y conversaciones priman sobre cualquier formato argumental convencional, como si Durán hubiera dejado a los actores experimentar situaciones de manera libre para luego hacer su recorte dramático, emparejando familia creativa con familia real. Y si bien la necesidad de los protagonistas (interpretados por Martina Juncadella, Laila Maltz, Camilo Castiglione y Mariel Fernández) de “actuar” permanentemente –para su madre o para la cámara, que funcionan como sinónimos– puede resultar por momentos un tanto agotadora no deja de exhibir la particular forma de funcionamiento de una familia, a su manera, más funcional que la mayoría.