"Fue un error ofrecerle esta tienda. Antes no tenía nada, ahora quiere todo", le dice Blanche Mercier (Sara Giraudeau) a Joseph Haffmann (Daniel Auteuil) cuando cumple con la rutina, instalada hace meses, de llevarle una bandeja con comida al sótano que opera como refugio ante los nazis que, en plena ocupación parisina, buscan sacar a todos los judíos de la ciudad.
La frase está a tono con un film que va desplegando capas cada vez más oscuras, hechas de ambición y sed de confort y reconocimiento, de François Mercier (Gilles Lellouche), el marido de Blanche y a quien Haffmann, cuando pensaba huir de la ciudad ante la persecución insostenible, le cedió el control de su joyería. Un empleado a priori fiel y leal, pero cuya fidelidad y lealtad el contexto pondrá a prueba.
La idea del señor Haffmann era huir durante la noche, no sin antes entregarle –papeles mediante– el negocio y su casa a su empleado. El problema es que los controles en la estación son tan férreos que imposibilitan cualquier intento de viaje. Ante eso, el joyero vuelve a su ahora “ex” casa para refugiarse, al tiempo que François empieza a cumplir su sueño de presentar diseños propios, congraciándose además con las cúpulas invasoras.
El guionista y realizador Fred Cavayé vuelve a la Segunda Guerra Mundial para un relato que construye sus tensiones mediante interacciones nunca forzadas, eludiendo además los lugares comunes de las películas basadas como esta en obras teatrales. Porque quizás el dilema no sea tanto el de Haffmann como el de Mercier, un hombre que lentamente empieza a mostrar una faceta irreconocible para su ex empleador. Los chantajes, los juegos verbales y las manipulaciones están a la orden del día en este film que muestra cómo la monstruosidad puede estar donde menos se la espera.