El diablo las viste de Prada
Son mucho más que coolhunters. Rebecca, su secuaz Marc y sus amigas adolescentes adoran tanto a las celebridades que quisieran vivir como ellas. Entonces, cuando una página indiscreta de Internet cuenta que Paris Hilton salió de Los Ángeles, Marc googlea su dirección, descubre una llave oculta bajo la alfombra y la banda entra a la mansión de la diva para acarrear cuanta joya, Rolex, Gucci y Dolce & Gabbana quepan en el bolsillo. Después, seguirán de caza buscando a otras celebridades desprevenidas. Esta banda de alta gama existió; se la conoció como the bling ring (el título del film) y la hija de Francis Ford encontró a la historia tan irresistible que la volcó al celuloide. Como en todas las películas de Sofia Coppola, la distancia con los personajes es un artificio impostado, pero en este caso el narcisismo es tan vulgar que excede los estándares de la directora (que se reserva un dejo de sarcasmo con Nicki, el personaje de Emma Watson). Su habilidad pasa por presentar historias ordinarias en el umbral, apenas, de lo raro o lo decadente; y esa distinción, atravesada por lo superficial, pretende pasar por arte. Quizá por eso el único momento genuino, cuando la policía de Los Ángeles allana los hogares de los saqueadores, se percibe con extrema brutalidad. La banda sonora de Daniel Lopatin muestra un autoengaño habitual: la ilusión de ver sofisticado algo irremediablemente frívolo.