Sofía Coppola hace camino al andar. Al andar se hace camino y al volver la vista atrás… comienza a vislumbrarse una huella reconocible en su filmografía (ya que estamos prontos al estreno de un film de Formula 1 –Rush, imperdible–, usemos una metáfora automoviliana: después de varios giros de pasar por el mismo sitio, la pista comienza a trazar una huella encauchada donde se circula mejor). Coppola parece sentirse cómoda en los retratos de una vida que conoce: el frívolo mundo de las celebrities. Y, claro, lo que ocurre cuando las cámaras se apagan.
Adoro la fama es el horripilísimo título con el que se estrena “The Bling Ring”, la nueva película de la hija del gran Francis. Y así como en su anterior film, Somewhere, la cámara de la directora se posaba en el famoso en cuestión, ahora la cosa bien podría ser acerca de quien en aquella cinta hacía las veces de papel de reparto: la hija. Bien, las nuevas protagonistas son varias adolescentes de familia multimillonaria en California. Y también lo es un muchacho simpaticón, no tan rico, que no puede resistirse a ese mundo imposible, realmente imposible y, sin embargo, extrañamente real.
Pero Coppola no filma por filmar. Su film parte de un concepto que reina por sobre toda la producción y que es diferente del film anterior. Si en Somewhere el conflicto era vivido como un drama por el protagonista (un adulto vacío con su existencia millonaria) y la cámara reflejaba desazón, indecisión, anhedonia (bah, digamoslo en criollo… ¡lentitud!), la óptica de Adoro la fama refleja a quien enseña: chicos. La juventud que se lleva el mundo por delante y nada cuestiona y nada sufre toma la puesta del film y la hace ágil, divertida, cool, fashion y que sigan los adjetivos.
La directora se rodea de un grupo de actores que cumplen a la perfección con su rol. Emma Watson (Hermione en Harry Potter), Katie Chang, Israel Broussard y Taissa Farmiga conforman el combo juvenil. Por ahí anda Leslie Mann (Bienvenido a los 40), en rol de madre sin materia gris que quiere – buenamente– criar a sus hijas en la felicidad y el confort. Las casas por robar hacen las delicias de los espectadores: Paris Hilton, Lindsay Lohan, Orlando Bloom, Megan Fox.
Se trata, claro está, del film más fácil de Coppola. Fácil de ver. Pero de ningún modo se trata de un film menor o sin contenido. Los chicos roban pero qué. Nada es importante para esos chicos frutos del añodosmil. Víctimas (¿víctimas?) de un mundo sin ningún tipo de valores, la película contiene una visión ambigua también hacia el futuro: a estos chicos ultra-frivolizados nada los conmoverá nunca porque nada sienten ni sentirán: habitan una ciudad donde el dinero es tanto que han perdido el contacto con la realidad, en todos los sentidos (en diversas formas, la idea de toda la filmografía de Coppola). Roban pero el hacerlo no les replantea nada, tienen relojes y ropas pero jamás ninguna los complacerá. Se trata de un grupo de chicos y chicas hermosas que apenas disfrutan, incluso, del sexo; que no los asusta un chumbo. Con ver las escenas que se suceden alguien puede pensar que estos chicos podrían quemarse y tampoco sentirían ardor: un mundo que les da tanto les impide la experiencia humana de vivir.