Aftersun

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Ya en plena segunda mitad de Aftersun, Sophie (la debutante y encantadora Frankie Corio), una niña de 11 niños, sube a cantar Losing My Religion, el popular tema de R.E.M., en una sesión de karaoke. La chica entona realmente mal y pide de forma ostensible que su padre Calum (Paul Mescal) vaya en su ayuda. Pero el hombre no solo no la acompaña sino que una vez que termina ese suplicio le tira un par de indirectas bastante hirientes que la joven capta a la perfección y retruca con sagacidad. Es un momento determinante y desgarrador de la película, que Charlotte Wells construye y maneja con una naturalidad, sensibilidad, elegancia y maestría infrecuentes en una guionista y directora que debuta en el largometraje (en el tono general hay alguna conexión lejana con La ciénaga, de Lucrecia Martel).

La historia de Aftersun -de obvios rasgos autobiográficos- está ambientada a fines de los años '90, pero -como veremos después- narrada (recordada) desde el hoy por una Sophie ya treintañera (Celia Rowlson-Hall). Es, por lo tanto, un film de profunda melancolía, que revisita un momento en apariencia feliz (las vacaciones con un padre), pero que ha dejado heridas, traumas, cuentas pendientes que con el paso del tiempo se pueden dimensionar, elaborar, procesar y de alguna manera curar y saldar. Algo parecido a una reconciliación tras las inevitables frustraciones de la vida (y las decepciones con los padres).

Está claro que ese padre y esa hija se han visto poco y se conocen menos. Ella vive con su madre en Glasgow, mientras que él se ha radicado en Londres. Sin embargo, pese a la evidente distancia y cierta extrañeza, hay entre Calum y Sophie no solo cariño sino incluso cierta complicidad. Pese a incomodidades e incompatibilidades, ambos dan lo mejor para que la convivencia en un resort turco (mezcla de lujo y decadencia) en plena temporada estival resulte lo más llevadero posible. No habrá grandes reproches ni golpes bajos, pero con el correr de los días las diferencias se ahondarán con el adulto teniendo actitudes inmaduras y esa niña sobreadaptada haciendo su coming-of-age, su progresiva incursión en la adultez.

A partir de situaciones aparentemente poco trascendentes como una partida de pool, una cena, un paseo en lancha para bucear o una charla que va de lo superficial a algo bastante más profundo (hay una en la que suena de fondo Tender, de Blur, que termina siendo conmovedora), Wells va moldeando, esculpiendo, macerando una historia sencilla, pero de insospechadas implicancias y alcances.

Hemos visto decenas de películas sobre relaciones padre-hija, también otras decenas sobre vacaciones en esos “all inclusive” donde conviven el disfrute con cierto patetismo propio del turismo de masas. Y también hemos visto muchas en las que el uso del video casero filmado por los propios protagonistas (aquí muchas imágenes en mini-DV) se resignifican con el paso del tiempo. Sin embargo, a partir de esos materiales a esta altura bastante recurrentes, Wells elude el lugar común, la complaciencia y la demagogia para conseguir algo realmente particular, con un grado de intimidad, ternura y sutileza que convierten a su primer largometraje en una de las sorpresas y revelaciones del año.