LOS RECUERDOS, EL RECUERDO
Imágenes borrosas que dispara una videocámara (digital) de los 90, “cuadraditos” y pixelados por doquier para ubicar la época, una niña filma a un señor, una pequeña hija a su padre, diálogos entrecortantes que validan aquella técnica de entonces. Una película sobe un padre y su hija, Calum y Frankie, acaso una historia más por un tema transitado o más que eso en el cine. Pero no: la opera prima de la cineasta escocesa Charlotte Wells es un aluvión de ideas originales, de bordear los lugares comunes y saltar con elegancia el clisé y el estereotipo y la confirmación harto suficiente de que el tratamiento que se le da a una historia interesa más que el argumento, que la mera ilustración de un guion a través de las imágenes.
Ocurre que aquello que representa Aftersun puede describirse en no más de veinte, treinta palabras. No más que eso y más que transparentes para contar una relación particular, un estado de ánimo, una serie de encuentros, complicidad y camaradería entre una niña de 12 y su atribulado progenitor. El paisaje es burgués pero no incomoda, acá no se trata de exhibir otro ejemplo de vulgaridad y exotismo turístico con los personajes (con)viviendo en un resort turco. Interesan los cruces de miradas entre ambos, el lógico crecimiento de ella, los movimientos de él donde se combinan ternura y torpeza, o acaso una forma de detener el paso del tiempo. Se habla de la madre ausente, de la separación, pero solo lo necesario: la cámara de la directora disecciona con elegancia a un par de personajes viviendo una etapa de reconocimiento mutuo.
Esa empatía y ese descubrimiento del otro se manifiesta a través de pequeños trazos, de supuestas escenas sin trascendencia pero en donde se infiere mucho más que aquello que se exhibe. Un escena de karakoe con la nena cantando (mal) “Losing My Religion” de R.E.M., o por ahí otra donde suena un tema de Blur, también una partida de pool, una travesía en micro, un llanto catártico del padre, un par de miradas de la niña que dicen bastante en relación a ese encuentro que acaso sea el primero, y al mismo tiempo, el último.
Pero el sujeto narrador de Aftersun es la Sophie adulta aquella que registró las imágenes y que aparece de manera fragmentada pero necesaria en el relato. Es ella la que filmó a ese padre cuarentón, quien lo observó a través del lente, quien vivió su crecimiento en pocos días, acaso el tránsito de la niñez a la adolescencia o la instancia inicial en la que se rompe o empieza a romperse la relación con un progenitor. Pero aclaro: sin nada de psicología de café y de descubrimiento edípico ni de otras variables procedentes del diván. A puro sentimiento veraz entre una niña y un padre, interpretados por un dupla inolvidable (Frankie Corio, Paul Mescal), como ese pasillo final de aeropuerto bien blanco que las imágenes del presente ya no pueden contener a esas otras que registró la cámara digital de los años 90 con sus respectivos “cuadraditos”.