CÓMO CAPTURAR ÚLTIMOS MOMENTOS
No sabemos bien si aquel verano que recuerda la Frankie adulta a través de viejas cintas de VHS fue el último instante que vivió con su padre, pero sí que fue uno muy particular en el que se quebraron varios momentos de esos que dan pasos a otros momentos, los de la pérdida de la inocencia y los de la llegada de la adultez. Calum y Frankie pasan unos días noventosos con canciones de R.E.M. y Blur, en uno de esos resorts algo grasosos donde un animador sube al escenario vestido con un saco con brillitos. Esos días de verano que comparten padre e hija y que son un aprendizaje en presente sobre aquello que los distancia y, en futuro, sobre aquello que en definitiva los unía. Tal vez Frankie evoque con dolor o con tristeza, pero la directora debutante Charlotte Wells evita en Aftersun hacer explícitos los sentimientos y nos invita a presenciar recortes, pedazos de un instante que se rompe ante nuestros ojos.
Posiblemente hablar de pérdida de inocencia y llegada a la adultez nos ancle la historia en el relato adolescente, mientras que la película de Wells es un dispositivo bifronte que sostiene tanto el punto de vista del padre como de la hija, más allá de que sea la hija la que mira al padre constantemente a través de la cámara y través del VHS. Pero bien es cierto que en la mirada de Calum -padre joven al que se lo ve perdido en la cercanía de los treinta- hay algo de la inocencia de su hija que se le escurre entre los dedos. Mientras Frankie ve que la seguridad de su infancia se empieza a ir al demonio con las inseguridades de la adolescencia, para Calum el terror es descubrir que su hija comienza a transitar un camino que para él ha sido frustrante. Entre el deseo de ella por descubrir nuevos caminos y la pulsión conservadora de él por aprehender un tiempo y un espacio, la película elige un cruce entre ambas posibilidades a través de las grabaciones caseras que inconscientemente guardan la ilusión de congelar el tiempo para recuperarlo cuando se haya perdido. En definitiva el cine, la imagen grabada, como resguardo de la memoria.
En cierta forma Aftersun es una película simple: un padre y una hija de vacaciones, mientras surgen reproches típicos de la relación. Pero el film de Wells se vuelve complejo a partir del uso de la imagen y del montaje, del registro de instancias puntuales en las que la mirada de la directora se corre del lugar común. Wells juega con la textura del digital al VHS, recurre a las canciones para definir los estados de ánimo de sus criaturas, apela a los silencios, extiende algunos planos hasta que el clima opresivo, aun en un paraje paradisíaco como ese, se vuelve palpable para el espectador. Aftersun es un juego de cajas chinas en las que en primera instancia tenemos a un padre observando a una hija, pero más adelante a una hija mirando a ese padre en retrospectiva y finalmente a un espectador que los observa a ambos. La mirada es clave en Aftersun porque Wells sabe entregarnos un relato que vale la pena mirar. Y finalmente es la película la que nos mira a nosotros para interpelarnos. Aftersun logra todo esto sin hacer explícito sus recursos, sin caer en diálogos grandilocuentes, ni en metáforas banales, pero con dos actuaciones consagratorias (Paul Mescal y la también debutante Frankie Corio) y en un compromiso por un tipo de relato donde lo que se imponen son las emociones sin trampas.