A la caza de un nazi
Un valioso testimonio histórico que deja en segundo plano las flojas tramas secundarias del filme.
La batalla que el fiscal general Fritz Bauer libró para juzgar al nazi Adolf Eichmann es la llave de Agenda secreta para recrear el clima político de la Alemania occidental a fines de la década del ‘50. Claro que la película pretende ser también un homenaje a este hombre que luego fuera uno de los grandes artífices de los procesos de Auschwitz. Pero aquí damos con la mirada alemana sobre la búsqueda judicial de un nazi y las contradicciones y miserias que esa investigación desataba en el país gobernado entonces por el canciller Konrad Adenauer, en plena Guerra fría.
La película recurre a un metalenguaje curioso para narrar la lucha casi solitaria de este hombre. Vemos en la escena inicial a Bauer casi muerto en la bañera de su casa. La imagen es un anticipo de lo que le ocurriría diez años después, cuando muera de esa manera. Pero más allá de los guiños, de las historias paralelas que entreteje el director Lars Kraume, también guionista, resulta muy valiosa la perspectiva con la que se encaran los hechos. Hechos que por cierto involucran a nuestro país, ya que a nadie escapa que Eichmann se escondió y fue capturado luego por el Mossad en la Argentina.
Es conocida esa historia. La de Eichmann celebrándose culpable del exterminio de judíos en una entrevista con Willem Sassen en Buenos Aires, escriba del panfleto nazi Der Weg. Por cierto, la película vincula a Sassen con Perón, pero nada de esto es eje del filme.
La mayor denuncia de la película, de hecho planteada en aquel entonces por Bauer, es contra sus colegas, su entorno cercano, el propio gobierno. “Nadie, de Bonn a Washington, quiere un juicio a Eichmann”, dirá. Toda la trama gira alrededor de esa confrontación, desatada en sus propias oficinas, que todavía están llenas de nazis. Hay un conflicto generacional allí. Y hay una lectura, tal vez benevolente, de su relación con el Mossad, la única vía que encontró para capturar a Eichmann.
La exagerada edad del protagonista (adrede para confrontar el tema generacional) y varios lugares comunes en el vínculo con el joven y fiel fiscal que lo secunda en su batalla, atentan contra la historia mayor, que al final se impone. La infelicidad, el aislamiento de un hombre valiente enfrentando los resabios de la jerarquía nazi, buscando justicia con pocas armas y muchas ideas como ésta: “Se pueden tener leyes, pero lo que necesitamos es gente que viva con ideas democráticas”.