"Agente Fortune", un correcto ejercicio de género demodé
El director británico propone una narración fluida y eficaz, aplicada a una historia sobre la disputa entre agentes encubiertos, algunos aliados involuntarios y mafiosos por un botín que, hasta bien avanzado el metraje, no se sabe exactamente en qué consiste.
Agente Fortune: el gran engaño tenía pautada su fecha de estreno para el primer trimestre del año pasado, hasta que, como diría Mauricio Macri, pasaron cosas. Dos, para ser precisos. La primera, industrial, fue una reestructuración en los estudios STX a raíz de la pandemia que obligó a sus ejecutivos a reordenar el esquema de lanzamientos de sus siguientes producciones. La segunda, geopolítica, se vincula con la invasión de Rusia a Ucrania iniciada en febrero: imposible que una película con un grupo de ucranianos como villanos pudiera ver la luz en ese contexto, aun cuando la villanía para esta película no vaya más allá del estereotipo construido durante décadas por el cine angloparlante de tipos con cara de malos y acentos marcadísimos.
Nada en la quinta colaboración entre el realizador Guy Ritchie y su actor fetiche Jason Statham, en realidad, escapa de los lugares comunes de las comedias de acción, una de las especialidades del responsable de Juegos, trampas y dos armas humeantes, Snatch: cerdos y diamantes o RocknRolla. Pero debe reconocérsele a Ritchie un crecimiento a la hora de filmar. Lejos del look lustrosamente kitsch, el aire canchero, los tarantinismos regurgitados y el montaje frenético que solía imprimirle a sus películas, aquí –al igual que en su trabajo anterior, la inesperadamente sobria Justicia implacable– el británico apuesta por el funcionalismo formal, casi despersonalizado, al servicio de una narración fluida y eficaz aplicada a una historia sobre la disputa de un grupo de agentes encubiertos, algunos aliados involuntarios y mafiosos por un botín que, hasta bien avanzado el metraje, no se sabe exactamente en qué consiste.
Agente Fortune: el gran engaño no aspira a permanecer en la cabeza mucho más tiempo que el que dura la proyección. Y esa falta de pretensiones, esa conciencia de ser un remedo algo más trash de la sofisticación de Misión Imposible, la convierten en un correcto ejercicio de género demodé. La intriga alrededor del contenido de aquel maletín es secundaria, puesto que lo importante aquí es poner en movimiento a Orson Fortune (Statham), un espía free lance que es contratado por una agencia junto a Sarah (Aubrey Plaza), JJ Davies (Bugzy Malone) y una estrella del cine llamada Danny Francesco (Josh Hartnett). ¿El objetivo? Desbaratar una confabulación internacional –el equipo acumula más millas aquí que James Bond en toda su carrera-– encabezada por un tal Greg Simmonds, interpretado por un Hugh Grant que, pasada su época de galancete, anda divirtiéndose de lo lindo interpretando villanos imposibles.
Por si fuera poco, hay otra agencia interesada en el caso, obligando a Fortune y compañía a batallar en dos frentes simultáneos. Frentes que el grupo irá sorteando con partes iguales de fuerza, ingenio y un aire de suficiencia que para la película funciona de la misma manera que las burbujas de una gaseosa que, servida helada en un vaso de vidrio durante un verano caliente, se toma con facilidad y alegría.