Rojo rojo, sucio trapo rojo
Siempre presa de un pantalón o minifalda ajustada, Angelina Jolie es el polo de atracción de Agente Salt (Salt, 2010). Ella salta, trompea y dispara durante todo el desarrollo de este sólido trhiller paranoico, narrativamente atrapante pero ideológicamente peligroso.
La agente del título es una auténtica rareza dentro de un Servicio secreto repleto de workaholics. Felizmente casada con un aracnólogo (?), debe interrogar a un misterioso testigo ruso que asegura tener información sobre un posible magnicidio para con el líder de su país. Pero las cosas no salen como espera y ella termina incriminada en una intrincada red de espionaje de todos colores y nacionalidades.
Resulta imposible disociar un film de la ideología que lo concibe. Menos aún cuando esta palpita, con mayor o menor vitalidad, en casi la totalidad del metraje. Ya el primer fotograma muestra a Jolie en ropa interior recibiendo una chorrera de golpes y torturas del ejército norcoreano. Es en esa fracción de segundo donde e australiano Phillip Noyce -que sabe generar suspenso: vean El coleccionista de huesos- juega sus cartas y establece con claridad las premisas sobre las que girará el film: Angelina y esos zánganos comunistas idealistas corporizados en rusos o coreanos, lo mismo da.
Pero mientras algunas películas pecan de hipócritas aspirando a un vaciamiento político de su trama, otras le adosan una suave dermis de intrascendencia para pulsionar subrepticiamente al espectador, y las últimas, las peores, construyen un dispositivo cinematográfico para avalar una concepción del mundo que supuestamente denosta; Agente Salt no sólo vocifera a cada instante su posición política e ideológica sin tapujos sino que la subraya orgullosa. Desde esa escena iniciática donde, como en un ajedrez diplomático, se muestran los dos bandos claramente disociados, hasta la representación del presidente norteamericano como un hombre de tez blanca que no vacila, poseedor de decisiones seguras y pragmáticas tomadas con la velocidad de un rayo, de sentimientos paternalistas para con su pueblo-rebaño, todo tiene un por qué felizmente claro y unívoco que vacían la película de dobles interpretaciones. Seamos claros: Agente Salt es fascista, nacionalista, pro-norteamericana, anticomunista, racista y machista. Es una película peligrosa, sí, pero brutalmente honesta y sincera.
El inverosímil ideológico adquiere aún ribetes más increíbles. Recapitulemos una escena clave: personaje fundamental para el desarrollo es asesinado de un regio balazo en la cabeza y, si la memoria de este escriba no falla, algunos más dispersos por la caja toráxica. Más allá de la imposibilidad de empatizar con Angelina Jolie, la lógica pregona no baldazos de sangre repelidas a presión de manguera (Noyce no es Tarantino), pero tampoco la absoluta ausencia de fluidos: los muertos y heridos no sólo están vaciados de matices sino que no tienen sangre en las venas: Agente Salt es a las películas de acción lo que la trilogía Crepúsculo y su puritanismo sexual y anti-hemoglobina es a las historias de vampiros.
Este vehículo ideológico tiene, además, el envase de una película, de una historia trillada y conocida, pero narrada con solvencia y agilidad. Si fuera posible extrapolarla de su mensaje, la película sería un entretenimiento notable por su factora y la predisposición a la acción continua, sin recesos. Será el espectador el que opte con cuál de las dos Agente Salt quedarse.