Quizás si su rostro tuviera algo de humano, las peripecias que suele vivir más que sufrir Angelina Jolie –con la honrosa excepción del melodrama “El sustituto”– nos interesarían un poco más. Mientras tanto, su vida privada de adopciones y cruzadas humanitarias la muestran mucho más cercana al homo sapiens que sus films de acción. Dirigida como ganapán por Phillip Noyce (a veces, incluso, buen director, no aquí) “Salt” es la historia de una hiperagente de la CIA escultural y superheroica, acusada de haber traicionado a “la agencia”, que es más o menos lo mismo que traicionar a su país. Y ahí va Angelina, sorteando peligros sin cuento, imponiendo el aura de indestructibilidad que su rostro de mármol inflige en cualquier trama. Lo peor del asunto es que Noyce tiene en la historia un tema (¿qué es real?, ¿qué no?, ¿quiénes somos?) absolutamente cinematográfico. Pero no se da cuenta. Simplemente agita a Jolie para que disfrutemos de su cuerpo en todo ángulo, por lo que casi es un film cubista. Resulta extraordinario cómo la certeza de sus movimientos y la mirada siempre indudable del realizador vuelve difícil que sintamos alguna empatía. Lo que, desgraciadamente, anula el efecto de suspenso que debería generar la trama. Simplemente vemos las evoluciones a veces gimnásticas de una actriz transformada en deportista de alta gama, sin que alguna emoción –siquiera ocasional– se nos contagie, aunque nos confundan el diseño de sonido y el montaje. Salto en alto y en largo, quizás, pero no cine.