Noyce no termina de hacer pie n este filme que decae, irremediablemente, con el correr del metraje.
Uno debería dudar cuando más o menos por el minuto 60, Angelina Jolie (Evelyn Salt) hace lo que uno pensaba que no iba a hacer. Hasta ahí, Agente Salt había brindado una serie de despreocupadas escenas de acción, con un ritmo endiablado y construyendo sus personajes a la carrera: logro de Phillip Noyce, director australiano que hace 15 años era uno más pero que hoy, vista la anabolizante moda del CGI, se ha convertido en artesano que sabe filmar sin recurrir constantemente al efecto asombroso. Película de acción en la onda Jason Bourne + Hitchcock, Agente Salt es de esas que ponen a un personaje en un lugar difícil y lo hacen correr durante todo su metraje, escapando de los buenos, de los malos y de todos los que se le crucen en el camino. Sin embargo aquí no juega la presunción de inocencia, porque verdaderamente no sabemos bien quién es esa Evelyn Salt, agente de la CIA pero también, muy posiblemente, una carta de los rusos para desestabilizar la paz mundial.
Hasta ahí, entonces, un film de acción discreto pero con un encantador placer por la velocidad. Es más, la premisa es un total disparate (de hecho repensar la Guerra Fría en este tono lo es), por lo que ponerse a pensar cómo quedan parados rusos y norteamericanos sería ridículo: las teorías de Agente Salt se caen por su propio tono -grueso- y no merecen mayores lecturas. Eso, al menos, hasta el minuto 60 –mas o menos-. Porque desde ese quiebre del guión, cuando un hecho particular que involucra al presidente de Rusia ocurra, la película se irá enredando peligrosamente, confundiendo la lógica de su personaje, poniéndose demasiado seria y solemne y exagerando su devoción por el ritmo. Si al comienzo se agradecían esas imaginativas piruetas con Jolie como principal acróbata, luego se comienzan a padecer. Básicamente, porque el cálculo se nota a cinco cuadras a la redonda. Agente Salt está hecha, como dijimos, con el molde Jason Bourne sobre la mesa y la copia salió, cuanto menos, chingada.
Noyce creyó que lo único que interesaba en la trilogía de Bourne era que Jason corría. Sí y no. Sí, porque básicamente aquellas eran películas de huidas; pero no, porque esa duda existencial del personaje sobre cuál era su destino, alimentaba la excitación por ir siempre para adelante. En Agente Salt, por el contrario, sólo el personaje central sabe quién es, y por eso su carrera sólo puede ser seguida por el espectador desde atrás, nunca a la par. Esto hace que una y otra vez se quiebre la coherencia interna del relato, sólo con el fin de confundir al que mira. Eso es cálculo, no es entretenimiento. Algo similar pasaba en la reciente Encuentro explosivo, pero allí Mangold y Cruise usaban el desconocimiento del espectador para divertirnos y, de hecho, eran conscientes de eso cuando, en determinado momento, de pronto era el personaje de Cruise el que desconocía qué pasaba. Claro que aquella era una sátira y esta se termina tomando demasiado en serio a sí misma.
Y, además, nunca se dieron cuenta que era el drama humano el que terminaba sosteniendo el universo de Bourne: sin decir nada del estilo narrativo de Paul Greengrass, siempre vibrante y sorprendente. Bourne no era sólo un cuerpo a la carrera, también era un cerebro. El conflicto era la identidad, la propia. Bourne no sabía quién era y necesitaba comprenderlo: y, no está de más decir, la verdad a la que llegaba no le gustaba demasiado. Por el contrario Salt es un robot -hay un conflicto amoroso, pero carece de peso- y no tiene dudas sobre su identidad, sino que más bien quiere dejarle en claro a todo el mundo quién es, de manera prepotente. Noyce no sabe cuándo poner el freno y su acumulación de escenas de acción es una representación virtual del ritmo cinematográfico. Agente Salt, por supuesto, está lejos de poseerlo: no tiene una sola idea cinematográfica -recursos como el flashback son usados de manera ordinaria- y el vértigo que se quiere imprimir no es más que una sucesión de escenas ruidosas pegadas una al lado de la otra. Noyce empezó el film como un juego y después se olvidó que estaba jugando. Quiso ganar haciendo trampa.