Hace unos meses, Stephen King escribió en su cuenta de Twitter “Necesito una nueva película de Liam Neeson”. La frase no solamente es un deseo de King, sino que también sintetiza lo que el actor representa para muchos espectadores: Neeson ya es un género en sí mismo, nos tiene acostumbrados a entregarnos varias películas por año, y si el tiempo transcurrido entre una y otra se prolonga, los amantes de la acción pasatista empiezan a extrañarlo.
Neeson no defrauda, por más que algunas películas que lo tienen como protagonista no lleguen a ser del todo buenas. El actor siempre regala momentos de acción que valen la pena ver y que justifican la entrada al cine. Desde Búsqueda implacable (2008), Neeson se convirtió (ya de grande) en un referente del género de acción.
Agente secreto (Blacklight), su nueva película, tiene una primera hora en la que su director, Mark Williams, demuestra pulso para construir el suspenso y cierto talento para rodar las escenas de acción, aunque lamentablemente cuenta con un final apresurado, que hace agua por todos lados, como si a Williams no le importara arruinar una película con un arranque bastante digno porque sabe que le alcanza con tener al maestro indiscutible del género en la actualidad.
Neeson interpreta a un agente secreto del FBI, pero extraoficial, casi paralelo, que se encarga de vigilar y controlar a los agentes secretos oficiales, junto con el jefe del FBI, interpretado por un avejentado Aidan Quinn, quien le salvó la vida en el pasado, cuando eran jóvenes y estaban en la Guerra de Vietnam.
La trama se centra en Dusty Crane (Taylor John Smith), un agente secreto que quiere confesar los crímenes que comete el FBI. Por supuesto, será Travis Block (Neeson) quien deba detener a Dusty para que no llegue a la periodista Mira Jones (Emmy Raver-Lampman) y, sobre todo, para que el FBI no lo mate.
Lo más interesante de la película es que, en un momento, se desdibujan los límites que separan a los buenos de los malos. A primera vista, Block/Neeson está del lado de los buenos, pero a medida que el filme avanza nos damos cuenta de que, en realidad, no es tan así.
Otra cuestión interesante es que Block hace muy bien de un paranoico, producto de un pasado bélico. Pero su paranoia es también el símbolo y la metáfora del ser estadounidense, como si los yanquis no pudieran hacer patria sin la paranoia que creen necesaria para construir un enemigo y defender la ley y el orden, filosofía con la que el FBI se escuda para justificar atrocidades contra civiles inocentes.
Y eso es, justamente, lo valioso de la película, que, más allá de sus fallas de guion, plantea una cuestión política sin ambivalencias, que señala un hecho de corrupción que está bien que el espectador sepa, por más que esté atenuado por el filtro del entretenimiento.
Es decir, un aspecto importante de la política de Estados Unidos queda al descubierto en una película de acción fallida pero valiosa, que vale la pena ver aunque más no sea para disfrutar un rato de las últimas piñas de un actor con peso propio, que está dando sus pasos finales en un género que lo consagró como el último gran héroe de acción.