UN NEESON PARA EL RETIRO
Si el retiro es una opción que se menciona con frecuencia a lo largo de todo su metraje, Agente secreto -traducción que, a pesar de no ser del todo exacta, termina cuajando mejor que el título original, Blacklight, también era cuando menos difuso- muestra a un Liam Neeson listo para jubilarse. Pero no por las ideas subyacentes alrededor de su personaje y/o su figura actoral -algo que ya había insinuado en películas como El protector-, sino porque lo muestra cansino y desganado en un relato carente de inventiva.
El film de Mark Williams (que ya venía de dirigir a Neeson en la fallida Venganza implacable) se centra en un agente que trabaja para el FBI de forma un tanto encubierta, respondiendo directamente al jefe de la agencia (un Aidan Quinn bastante desperdiciado). Su labor es ejecutar rescates de último minuto de los agentes encubiertos que están en problemas, gracias a las habilidades que desarrolló como veterano durante la Guerra de Vietnam. Ya con ganas de retirarse para estar más presente en las vidas de su hija y su nieta, acepta un trabajo que consiste en capturar a un agente renegado que parece haber descarrillado y ha terminado en la cárcel. Sin embargo, irá descubriendo que detrás del estallido emocional de ese colega hay asesinatos ilegales ordenados por su propio jefe y una trama conspirativa que lo pondrán a él y su familia en peligro.
Aunque un tanto enredado, el argumento de Agente secreto está repleto de lugares comunes que podrían ser igualmente efectivos si hay una mano hábil manejándolos o tratando de repensarlos mínimamente. En cambio, la puesta en escena de Williams (coautor también del guión) solo se dedica a repetir esquematismos y hasta sumar otros: el protagonista algo torturado por las implicancias de sus acciones pero también terriblemente ingenuo hasta que no le queda otra que afrontar la verdad; el villano que manipula con un discurso donde despliega patriotismo y altruismo cuando está claro que solo está preocupado por sus propios intereses; la periodista con altas dosis de idealismo que choca con sus jefes; la hija que le reprocha ausencias al padre, aunque igual le perdona todas sus macanas; y hasta la nietita que es tan buenita y dócil con su abuelo que termina siendo insoportable. Eso conduce rápidamente al relato a un callejón sin salida, donde se pierde toda capacidad de sorpresa y de tensión, en el que incluso la mayoría de las secuencias de acción son predecibles y muestran a un Neeson poco creíble en su rol de héroe.
En Agente secreto se pueden rescatar apenas un par de breves pasajes donde la película se deja llevar por la fisicidad y el disparate, aunque sin alcanzar grandes niveles: una persecución automovilística donde todo es destrucción de vehículos e instalaciones urbanas; y un enfrentamiento en una casa en el que la violencia se impone sin muchas vueltas. No hay mucho más que eso en un film sin nervio y mayormente aburrido, en el que Neeson trota porque pareciera que, para correr, ya no le da la nafta.