¿El fin justifica los medios?
Alejandría está bajo el Imperio Romano; pasaron trescientos años de la muerte de Cristo y los grupos religiosos y políticos se enfrentan por el poder. Amor, religión y hasta un poco de historia se mezclan en un film bastante extenso, de impecable fotografía.
El director de Tesis, Los Otros y Mar adentro se lanza a una historia ambiciosa en la que prevalece una durísima crítica al fanatismo religioso. Primero el paganismo, luego el judaísmo y el cristianismo; Amenábar deja claro que no está más cerca de ninguno, sino en contra de cualquier extremismo. Su cine, como afirma en su propio sitio web, es un cine de preguntas, no de respuestas; y los cuestionamientos que plantea en este film son fuertes: ¿hasta dónde es capaz de llegar el hombre en sus ansias de poder? ¿Qué moviliza su fe? ¿Cualquier camino es válido para lograr lo que uno quiere o cree justo? La crudeza de las imágenes y los hechos que se narran en el film intentan dar algunas respuestas.
La escenografía, capaz de transportar a cualquier espectador al tiempo mismo en donde ocurren los hechos, se luce en Ágora. Cuidadosamente recreadas, Alejandría y su famosa biblioteca otorgan, junto al color arena imperante, una atmósfera inigualable. Igual de exquisito resulta el vestuario; ambos elementos se combinan y logran la perfecta ambientación de una época de barbaries e injusticias.
Con actuaciones parejas y muy buenas, la historia decae al mezclarse tantos condimentos; quizás su falla se deba a no tener una historia fuertemente definida: el film no se centra en la historia de amor ni en la religiosa ni en la política. Por otro lado, las vistas de la tierra desde el espacio sirven como recurso al principio, pero se tornan repetitivas casi sin sentido al final.
Ágora es un film fuerte, violento, inquietante. Refleja a la humanidad misma y a sus propias miserias.